310. Recuerdo de Sax (uvas).
311. Flores en un cesto.
312. Mariscos.Pinta usted como nadie,
flores y frutas
y se alargan los dientes
con su pintura.
¡Si usted quisiera,
cuántas cosas mejores
pintara, Gessa!
Así se criticaban, en verso, algunas de las obras de Sebastián Gessa y Arias (1840-1920) colgadas en una de las primeras exposiciones de Bellas Artes del país. Corría el año 1887 cuando un Juan P. de Zabala de afilada pluma los escribió con motivo de la muestra, que tenía lugar en la capital. Ahí estaba el chiclanero Gessa, uno de los pintores del momento: de hecho, junto con Juan Antonio González Jiménez y Eduardo Vassallo Dorronzoro fue uno de los artistas nacidos en Chiclana de la Frontera de mayor proyección nacional e internacional. Personaje importantísimo del siglo XIX en la provincia de Cádiz, pasaría a la historia como el “pintor de las flores”. La exposición que el Ayuntamiento de Chiclana le dedicó en 2004 a Gessa se tituló de esta manera; la idea era acercarnos a la vida y obra aquel hombre que, desde muy crío, mostró unas dotes excepcionales para el dibujo. Sus padres (la chiclanera María del Carmen Arias y Santiago Gessa, vecino de San Fernando) lo vieron claro, de modo que lo enviaron a estudiar fuera. Muy pronto, además.
Pasó prácticamente toda su vida fuera de Chiclana, sobre todo en la capital, Madrid (allí residió gran parte del tiempo, de hecho). Se matriculó como estudiante en la Escuela de Bellas Artes de Cádiz, donde fue seguidor de Ramón Rodríguez Barcaza (Juan Antonio González, un paisano, sería otro de sus maestros). Luego vinieron los años parisinos, muy provechosos (Gessa estuvo allí alrededor de seis años). Marchó a París para estudiar en la Escuela Imperial de Bellas Artes, en 1864. Alexandre Cabanel dirigía este prestigioso centro, donde perfiló una técnica que le permitió participar en la Exposición Universal de París de 1867. Al final de esta década, sin embargo, volvió a España para llevar vida de artista un tanto bohemio. Pero había que comer: si no de la pintura directamente, de las clases particulares a artistas principiantes.
Gessa y Arias cuenta con ficha en la web del Museo Nacional del Prado, cuya enciclopedia online lo sitúa, fundamentalmente, como artista de cuadros de género: con el tipismo y costumbrismo andaluz, por un lado, y la pintura de bodegones y flores, por otro, como temáticas centrales en su producción. La pinacoteca madrileña contiene, de hecho, algunas obras suyas, como “Recuerdos de Sax”, “Florero” o “Flores y frutas” (éste, cedido en depósito al Museo de Castrelos, en Vigo).
Pintor de prestigio
Sebastián Gessa alcanzó un prestigio que le permitía codearse con gente como el marqués de Linares; suyo fue un encargo para su palacio de la Plaza de Cibeles -la actual Casa de América-, donde decoró el techo de dos de sus salas. La temática, como solía ser habitual en él, era floral. Palacio que hasta 2007 permaneció vedado al gran público, y que abrió sus puertas por fin para mostrar su valioso patrimonio histórico artístico, “un misterio desde sus orígenes”, declaró a El Mundo la directora de Patrimonio de la Casa de América, Laura Demaría Rodríguez. Antes del encargo del noble, en cambio, Gessa ya había comenzado a concurrir a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes: ahí consiguió una mención honorífica en 1864, mientras que en 1871 fue ya tercera medalla por su cuadro “Frutas”; “Durante el almuerzo”, un lustro después, le supuso un nuevo galardón.
Siguió obteniendo honores durante las ediciones siguientes (fue segunda medalla en 1884 por “Flores”, en 1892 por “Frutas de otoño” y primera medalla en 1897 por “Flores y frutas”). Sus bodegones con motivos florales, de prodigiosa exquisitez y pulcritud técnica, eran muy considerados entre los coleccionistas particulares; en gran parte, gracias al colorido e impacto visual de las flores; y al poso de melancolía que contenían muchas de sus obras. La vida del artista es dura e inestable, sin embargo; ni los honores ni los encargos evitaron que Gessa muriese en la pobreza.
José Guillermo Autrán le ensalzaba así en 1898: “[…] y chiclanero es Gessa, el incomparable pintor de la naturaleza muerta, el maestro, como le llaman cuantos intentan, en vano, seguir sus huellas en tan difícil arte; el inimitable taumaturgo de los colores que, al copiar las flores y las frutas, parece que las traslada a sus lienzos con sus fragancias y ambrosías”. Está claro que su pintura gustaba.
El genio floral
A finales del siglo XIX .en plena Restauración-, la género floral experimentó una especie de auge. Al igual que le ocurrió al retrato, las mismas exposiciones que habían servido para defenestrar estas temáticas, contribuyeron a rescatarlas de nuevo. En el caso del retrato, su recuperación se debió al matiz aristocrático que la pintura ofrecía para la alta burguesía (en contraste con la fotografía, “el retrato democrático” según publicaba en 1892 Blanco y Negro). La pintura floral, por su parte, partía de ser un motivo de poco prestigio, relegado a la pintura de “recámara” (o ‘boudoir’) para aficionados; sin embargo, pintores como Sebastián Gessa contribuyeron a un cambio de mentalidad.
Cierto refinamiento estético ‘fin de siècle’, así como las tendencias al decorativismo de la época, contribuyeron a que las muestras de Bellas Artes reconocieran el trabajo de Gessa, después de participar en diversas ediciones (y a una edad incluso tardía). Por otro lado, tuvo discípulos. Entre ellos, Elena Brockman y Llanos (1850-1946), nieta de Fanny Keats (la hermana del poeta John Keats); pintora costumbrista madrileña formada en la Academia de Bellas Artes de San Fernando que sería premiada en algunos de los certámenes nacionales donde se presentó.
Si Gessa amaba la luminosidad -dejándose contagiar por ella a la hora de pintar sus lienzos- era por algo. Sureño de Chiclana, había crecido en las orillas del Atlántico, gozando de su envidiable sol. El uso de la luz fue importantísimo en su evolución técnica, aportando una nitidez a las formas -sus clásicas frutas y flores- de “calidad fotográfica”. Su sentido de la decoración, así como la variedad cromática de la paleta, también marcaron su identidad pictórica. Fuesen naturalezas muertas o vivas, la pintura de las flores quedó unida al nombre del pintor de Chiclana. Para siempre.