“Cuando todo auguraba su ascenso a la legendaria pléyade de grandes toreros chiclaneros, su carrera se vio truncada por un desgraciado accidente de tráfico que sufrió el 8 de Mayo de 1955 cuando regresaba de uno de los tentaderos en los que participaba junto a las mayores figuras del toreo del momento. Soñando tardes de triunfo, fue a unirse a los maestros de su arte el 9 de Mayo de 1955” (Chiclana de la Frontera a Pepín Jiménez).


Una vida truncada, una carrera que auguraba tardes de gloria en las plazas, una ambición y un deseo desmedidos: los que solamente puede albergar un matador de toros. Éstos dan y quitan, como suele decirse; pero nuestro paisano tuvo poco margen para comprobarlo. La breve historia de Pepín Jiménez ­-nacido José Jiménez Vela en 1927, fallecido en 1955 a la edad de 28 años-­ transcurrió en Chiclana de la Frontera, donde vivió, soñó, se esforzó y, demasiado pronto, murió. La torería se vistió de luto con la desaparición del que estaba llamado a ser una gran figura del escalafón. Con apenas 21 años había debutado, en 1948, demostrando una capacidad de convocatoria impresionante. Arte, valor y buen hacer frente al animal fueron sus credenciales. La cumbre la alcanzó en 1954, cuando por una serie de percances relacionados con sus compañeros de terna, se vio obligado a matar cinco novillos en solitario.

Era un 8 de mayo. Venía de la finca de los Domecq en Vejer de la Frontera ­-de un tentadero, en la ganadería de Jandilla-­ cuando su moto chocó contra un camión averiado en la carretera (al que el joven apenas advirtió cuando se encontraba a pocos metros de distancia; demasiado tarde). Se intervino rápidamente al novillero, que fue trasladado, dado su estado de gravedad, al hogar familiar. Allí falleció al día siguiente del accidente.

Estaba destinado a ser el primer torero de una saga con renombre y arte; entre sus descendientes estaría su sobrino ­-Manolo Alcántara-­, quien precisamente vistió el traje de luces del malogrado Pepín, en blanco y oro. Un traje con historia amarga, puesto que era el que el espada chiclanero iba a lucir en su presentación para La Maestranza de Sevilla. El accidente de tráfico en El Colorado lo impidió.

El hijo de Alcántara (Manolo Bienvenido), así como su hermano Paco y su sobrino (Paco Alcántara), son conocidos como la dinastía de los Carniceros: popularmente bautizada así porque dos de ellos eran unos conocidos carniceros del mercado de abastos (a la sazón espacio para la tertulia taurina en la villa).

Inmortal de Chiclana

Mateo Jiménez Vela, uno de los hermanos del novillero, fue quien se encargó de restituir la memoria de la joven promesa del toreo. Consciente del talento de Pepín, había abandonado una incipiente carrera como novillero para acompañarle como mozo de espadas. De esta manera, a lo largo de varias décadas, Mateo se dedicó a pelear para que el nombre del novillero fuese inmortal para sus paisanos. Ningún chiclanero -­más todavía entre la afición a la tauromaquia-­ podía quedarse sin conocer la efímera, fulgurante y deslumbrante carrera de un muchacho predestinado a la grandeza.

Una céntrica calle de Chiclana de la Frontera se llama Novillero Pepín Jiménez en honor al torero que no fue matador. Y no solamente eso. Mateo, antes de morir y cuatro décadas más tarde de la tragedia de Pepín, pudo contemplar con satisfacción el bello busto que preside una de las glorietas del parque de Santa Ana, con la lápida conmemorativa que encabeza este texto. Desde donde el bravo Pepín Jiménez observa, para siempre, la tierra chiclanera que lloró su muerte. Y que ahora, para siempre, le tiene en su recuerdo.