“Yo no blasfemo” (padre Salado)
El padre Salado no se andaba con tonterías. Siendo capellán en la iglesia del Santo Cristo no tuvo otra cosa que colocar un cartel con esta frase, desafiante si tenemos en cuenta el contexto de Chiclana de la Frontera (y de nuestro país) en la primera mitad del siglo XX. Se defendía así de su excomunión, declarándose en rebeldía: así lo cuenta Jesús A. Cañas en este artículo de La Voz Digital, publicado con motivo del centenario del Sindicato de Obreros Viticultores de Chiclana, primero en su especie. Se enfrentó a la oligarquía de Chiclana de aquella época y ejerció magisterio y protección entre quienes nada tenían: nada más que sus manos, su cuerpo y su vida para trabajar en condiciones de explotación y miseria. Fernando Salado Olmedo (1875-1957) -más conocido como el padre Salado- es un personaje habitual de las crónicas chiclaneras contemporáneas: y es que su labor, aparte de ser pastoral, tuvo una dimensiones sociales enormes. No en vano, este cura batallador pasará a la historia de la villa, principalmente, como fundador de un sindicato que fue punta de lanza en la provincia en 1914. El mismo que la Bodega Cooperativa del Campo San Juan Bautista absorbió definitivamente en 1962.
La posguerra y la represión franquista -amén de la instauración de un régimen al que la jerarquía católica se mostró tan afín- no impidieron a este filántropo continuar con su labor incansable a favor de los pobres (hasta su retirada de la vida pública, a principios de los años cincuenta, en el asilo de San José en San Fernando; allí falleció un 5 de enero de 1957, a la edad de 81 años). De hecho, había hecho voto de pobreza en 1927; el mismo año en el que logró la instauración, por parte de la Junta de Transporte Provincial, de un servicio de automóviles para conectar Cádiz y Chiclana (lo que prueba que el padre chiclanero era un lobby en sí mismo). Ello no quitaba que la independencia de su figura, fundamental en la historia social de Chiclana, fuese siempre controvertida, tanto para estamento caciquil como para el sindicalismo de clase gaditano.
La revista El Pueblo, órgano de prensa socialista en Cádiz, le acusaba de anular, con su acción católica y social, “todo síntoma de rebeldía” en obreros y campesinos chiclaneros. Hablamos de un cura “que iba con pistola para protegerse de los sicarios de caciques contrarios a su labor social. El mismo chiclanero, que tras conocer mundo, quiso volver para impulsar su ciudad”, escribió Cañas, que rememoraba acontecimientos multitudinarios en nuestra ciudad, como el homenaje al Magistral Cabrera. Su promotor fue el padre Salado Olmedo: cosmopolita, su mentalidad podría traducirse en máximas tan actuales como “piensa global, actúa localmente”; aunque estaba tamizada por un mandato cristiano que, para este religioso, tenía una dimensión social irrenunciable. Podría decirse que Salado fue más activista que religioso, en puridad. O no.
Religioso pero muy moderno
Religioso pero moderno, o moderno y religioso, según se mire. Fernando Salado Olmedo se vio obligado a dejar el sacerdocio debido a su excomunión, llegando a escribir a Roma incluso para denunciar la persecución que sufría; pero también abrazó su vocación religiosa con devoción social real: a punto estuvo de perder la vida a manos de sicarios mandados por los caciques (era un hombre de convicciones, y sobre todo muy independiente). Tenía claro cómo quería, igualmente, irse: una de sus últimas voluntades era que la bandera del Sindicato de Viticultores Chiclaneros cubriera su ataúd (el sindicato era su gran obra, y él era consciente de ello). La otra era ser enterrado a los pies del Cristo de la Vera Cruz en Chiclana. La ermita de la Vera Cruz de Chiclana -o del Santo Cristo-, levantada entre los siglos XVI y XVII (fruto del fervor franciscano por las cofradías de la Vera Cruz), recuerda al presbítero Salado en una lápida que puede leerse frente al templo desde 1996. “En esta villa nació el día 26 de diciembre de 1875 D. Fernando Salado Olmedo, ‘padre Salado’. El Excmo. Ayuntamiento acordó por unanimidad nombrarlo ‘Hijo Predilecto de Chiclana de la Frontera’”, reza dicha lápida, recogida por Manuel Meléndez Butrón y Francisco Javier Yeste Sigüenza en “Calles y plazas de Chiclana de la Frontera (Nomenclatura histórica desde 1700)”.
Benefactor de la capilla, su contribución en lo que sería una lentísima restauración fue crucial: no solamente porque impulsó la colecta a través del sindicato, sino porque no tuvo problema en pedir donativos a pudientes. “Se lo pidió hasta al marqués de Comillas”, cuenta el abuelo Chano, que resalta el retraso tan extraordinario que sufrieron las obras (a falta de dinero efectivo). Cuenta este chiclanero en sus memorias centenarias (recogidas por Paco Montiel y Tomás Gutier en 2003) que “terminando el año diecinueve, la capilla del Santo Cristo se estaba cayendo a trozos y nadie ponía remedio porque tanto la Virgen de Guía como el Cristo de la Vera Cruz -las imágenes titulares de la capilla- eran veneradas por la gente del campo, y ningún pudiente las había tomado bajo su protección”.
No es la única historieta que este chiclanero (llamado Sebastián Sanduvete-Salado Sánchez-Saucedo en la vida real) acerca del padre Salado. Así, destaca su faceta de ecologista. Sí, habéis oído bien. Había un Real Decreto de 1915 que invitaba a celebrar la Fiesta del Árbol, realizando plantaciones de árboles (dirigidas especialmente a la infancia); aquella jornada no se solía celebrar en Chiclana. Lo cual disgustaba al sacerdote que, según el testimonio del abuelo, se quejaba así: “Si no se les enseña, los niños nunca podrán tener amor por la naturaleza”.
Labor sindical
“El sindicato de obreros viticultores del Padre Salado (1914/1962)” (2011), de Joaquín García Contreras, investiga la historia de un sindicato ajeno a las jerarquías eclesiales, “antirrevolucionario y apolítico” (en palabras del propio cura). García Contreras decía en 2014, citado por Juan Carlos Rodríguez en este artículo del Diario de Cádiz, que el sindicato resultaría fundamental para el resurgir del gremio de la viticultura chiclanera, colectivo al que dirigió con clara perspectiva dedicándole noble esfuerzo, y mostrando gran sensibilidad respecto a la necesidad de aumentar el bienestar de los trabajadores, lo que supuso un renacimiento del cooperativismo iniciado por la experiencia anterior de Campano”. Así, del Campano del siglo XIX pasamos por el sindicato del padre Salado hasta llegar hasta la Cooperativa Andaluza Unión de Viticultores Chiclaneros, todavía en activo. Que muchos consideran heredera natural de la iniciativa de Salado.
El mayeto -o viñador de escaso caudal, según su definición- no pasaba por su mejor momento en el año de la Primera Guerra Mundial. Chiclana había aumentado su población y había exceso de mano de obra. Las tierras aún no se habían recuperado de la plaga de filoxera, que arrasó la viña a finales del siglo XIX. Los señoritos aprovechaban su situación de privilegio. La villa contaba con 12.000 personas, de las que 1.200 eran pequeños viticultores poseedores del 80 por ciento de las tierras. Se trataba de una organización cooperativista, claro está, con tintes personalistas: el chiclanero nunca dejó de estar, de alguna manera, al frente del que fue uno el gran proyecto de su vida. Sin embargo, Fernando Salado Olmedo empezó a granjearse tantos enemigos en tantos frentes del poder que resultó inevitable su ostracismo. Caja rural, bodega social, institución benéfica… Con el franquismo, el sindicato pasó a llamarse Cooperativa de Obreros Viticultores.
Se trataba de promover la cooperación entre los agricultores: juntos harían fuerza. Por otro lado, el padre Salado no hacía más que seguir las directrices del papa León XIII, que había defendido la acción pastoral en el contexto socioeconómico moderno. Todo ello fue una respuesta de la Iglesia a la lucha de clases en plena era del capital, tal y como expuso en encíclicas famosas como “Rerum novarum” (publicada en 1891, donde el pontífice abordó las relaciones entre el capital y el trabajo (sentando las bases de la moderna doctrina social de la Iglesia).
Creador de la Liga Patriótica de Defensa Local, su preocupación por la educación se materializó en la Escuela Padre Salado de La Banda. Una escuela para los niños y niñas pobres, o “Escuela del Pan para Pan”, como al sacerdote le gustaba llamar: inaugurada el día de Todos los Santos de 1917 en una finca de la calle Los Jardines, pronto se llenó de pequeños y mayores que, al caer la tarde, acudían a alfabetizarse en aquella escuela.
El padre Salado quería ligar al obrero con el burgués para «la defensa del trabajo y del jornal».
«[…] El bien del obrero no se consigue defendiendo a los ricos y sus privilegios, pues estos crean su riqueza robando al trabajador el fruto de su trabajo. […] Frente a su propaganda rancia de patriotismo y cristianismo, opondremos nosotrxs la nuestra del ideal bello, grande y sublime, el de la humanidad libre, sin curas, frailes ni gobernantes, sin amos ni esclavos.-El demonio chiclanero.»
Articulo escrito por mi Bisabuelo Diego Rodríguez Barbosa, al cual también tenéis publicado en esta página.
Por: La diabla chiclanera.