“[…] alguien que no había desempeñado nunca un cargo en la Administración Pública, ni había tenido ninguna responsabilidad política. No pertenecía a la aristocracia de la sangre, ni a la milicia, ni a la toga… Los grupos sociales de los que hasta la fecha habían procedido la mayor parte de los ministros”

Manuel Ravina Martín, Directivo del Archivo General de Indias

Mendizábal solía apretar un pañuelo mientras soltaba su discurso en la tribuna del Congreso de los Diputados. No era un político “de los profesionales”. Su oratoria era excelente: venía del comercio y las finanzas. Pero le apodaron “el hombre del pañuelo”. George Borrow, escritor, viajero y filólogo inglés, se refiere a este apodo en el anecdotario de “The Bible in Spain” (1843), citado por Aragón Panés en su “Breve historia de Chiclana” (2011). El “Diccionario biográfico de parlamentarios de Andalucía 1810-1869” (2011), por su parte, es un trabajo realizado por un equipo de investigadores dirigido por Diego Caro Cancela, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz. Las élites políticas andaluzas que promovieron el primer régimen liberal de nuestro país están aquí. Desde Chiclana de la Frontera, Juan de Dios Álvarez y Méndez -más conocido como Mendizábal- formó parte de ese grupo, si bien constituyó un ejemplo de lo que actualmente se denomina “ascenso social”. La historia de su periplo vital es interesantísima. Una historia que se precipita, sobre todo, con la muerte de Fernando VII (en octubre de 1833).

Acabada la Década Ominosa en España (así como el absolutismo), soplaban vientos progresistas. En aquella época, terminaban los días del exilio londinense de Juan de Dios Álvarez. Se sabe que había nacido en 1790: se debate aún si en Cádiz o en Chiclana, según reconoce Aragón Panés. Falleció un 3 de noviembre de 1853 en Madrid. En “Calles y plazas de Chiclana de la Frontera (Nomenclatura histórica desde 1700)”, Manuel Meléndez Butrón y Francisco Javier Yeste Sigüenza señalan que ya en 1868 había una calle, en la villa chiclanera, dedicada a su figura, “como justo tributo al esclarecido chiclanero, sabio hacendista e insigne liberal Don Juan Álvarez Mendizábal que nació en esta villa a día ocho de Julio de mil setecientos noventa y tres en la calle del Leñador”.

Es decir: a finales del siglo XIX se fijaba incluso la residencia chiclanera de la mítica figura liberal, que ya formaba parte de la historiografía local de Chiclana de la Frontera. Ello no quita que Meléndez Butrón y Yeste Sigüenza hablen de Juan de Dios Álvarez y Méndez (es decir, Mendizábal) como hijo de la burguesía comercial gaditana, y también se interroguen si nació en la capital o en la villa chiclanera. Otras fuentes dan por sentado un origen gaditano; no así la Diputación de Cádiz, que en su web menciona claramente a Chiclana de la Frontera como ciudad natal del famoso ministro.

Una confusa genealogía

Diputado por distintas ciudades (Gerona, Barcelona, Granada, Málaga, Pontevedra…), entre ellas Cádiz. Hijo del pequeño comerciante Rafael Álvarez Montañés y de su prima, Margarita Méndez Cárdenas, su familia tenía ancestros judeoconversos conocidos. La Guerra de la Independencia le sacó de Cádiz, en 1808. Dejando atrás la tradición comercial familiar, empezó a dedicarse al préstamo de dinero y otros menesteres. Colaboró con el Ejército, al que volvió tras escaparse de una cárcel granadina, donde había sido encerrado por los franceses.

Cabe destacar los orígenes judíos del personaje. Manuel Ravina Martín rastrea -en “La familia de Mendizábal”, obra de 2003- la ascendencia de nuestro hombre: los Méndez, Álvarez, Montañés, Cárdenas, Fernández Romo… Alcanzando el primer tercio del siglo XVIII (época en la que aún sufrían la persecución de la Inquisición). De ahí la decisión que el joven Juan de Dios Álvarez, bautizado como cristiano en la iglesia de San Sebastián de Chiclana de la Frontera, tomará a raíz de su matrimonio. Es evidente que estará relacionada con su genealogía.

El año de la promulgación de la Constitución de Cádiz (1812), Juan de Dios Álvarez se casó con María Teresa Alfaro y Juárez. Se produjo entonces una transformación de su identidad, al adoptar el apellido Mendizábal en la partida matrimonial y fijar su lugar de nacimiento en Bilbao. Es muy probable que quisiera hacer olvidar los orígenes judaicos del apellido materno original, Méndez (y a su vez, ligar su persona a una tierra vasca famosa por la hidalguía, la pureza de sangre). Aunque en otras fuentes se apunta que su condición no le supuso nunca problema alguno; es más, que ni siquiera la ocultaba.

La aventura liberal de Mendizábal

La vida de Mendizábal es muy novelesca: eso sí que es seguro. La sublevación del general Riego, con la que colaboró activamente, le pilló en Cádiz, si bien durante el Trienio Liberal no ocuparía cargo político alguno. Había regresado a tierras gaditanas después de asociarse con Vicente Bertrán de Lis, valenciano dedicado a una actividad comercial que nuestro protagonista conocía bien: el avituallamiento de las tropas. Seguía, así, una clásica tradición judaico-española, según Julio Caro Baroja. El antropólogo añade que en esta tarea “mostró estar por encima de toda idea de lucro […] muchos años después sus herederos aún no habían cobrado lo que le dejaron a deber”.

Y es que la causa constitucional hizo que llegara a empeñar su fortuna (incluso cuando ésta era aún escasa), “en un gesto que repetiría varias veces a lo largo de su vida”, escribe el abogado Pedro López Arriba en este artículo de La Ilustración Liberal. Prueba de ello fueron sus andanzas liberales durante la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis, en 1823, en la que financió gran parte las necesidades del Ejército que en Andalucía permanecía fiel al Gobierno liberal: 20 millones de reales de la época, nada más y nada menos. Caro Baroja, en su magna obra “Los judíos en la España Moderna y Contemporánea” (1962), considera a Mendizábal “el último judío español famoso, de los que nacieron aún durante el Antiguo Régimen”.

Exilio en Londres y regreso

Mendizábal pasó una década en Londres con su familia. Le dio tiempo a invertir en Bolsa e incluso a crear una compañía mercantil de importación de vinos jerezanos. Siguió en contacto con el exilio liberal español -gracias a la masonería, especialmente-, colaborando con el general Espoz y Mina y financiando aventuras históricas importantes, como la restauración del liberalismo en Portugal. A estas alturas, la consideración de Mendizábal era grande en Europa (y entre políticos ingleses, como Holland y Palmerston). Pero es que su perfil de hombre de negocios, conocedor del mercado financiero de la época, hacía de él un fichaje apetecible. Eso mismo tuvo que pensar el conde de Toreno, presidente del Gobierno español, en 1835; de ahí que rescatase al Mendizábal político, asignándole la cartera de Hacienda. Posteriormente, en un brevísimo intervalo, saltó a la Jefatura de Estado.

Liberal como Riego, Mendizábal regresó desde Londres, acudiendo a su encuentro con la historia para ser nombrado ministro de Hacienda, cargo que ostentó de 1835 a 1836. Venía conociendo y admirando el sistema político británico a la perfección, con la idea de instaurarlo en su propia nación. A sus 43 años, había huido de España después del Trienio Liberal al que había dado lugar el pronunciamiento militar del coronel Riego, en enero de 1820. Diez años más tarde, estaba de vuelta y con una misión muy clara.

Suyo fue el famoso -y polémico- proceso desamortizador, con el que atacó a la poderosa Iglesia católica, que gozaba de incontables privilegios desde la Edad Media. Su reformismo contribuía a descentralizar el Estado liberal; así nacieron instituciones como las -vigentes- diputaciones provinciales. Aunque el contexto socio-político que se encontró en otoño de 1835 era muy delicado. “La violenta reacción de los sectores que se agrupaban en torno al partido carlista, que había desencadenado la guerra civil en 1833, obligaba al pequeño partido cortesano que apoyaba las pretensiones de Isabel II a buscar la alianza con el partido liberal”, cuenta López Arriba.

Las desamortizaciones

Las desamortizaciones de Mendizábal constituyen un episodio importantísimo en la historia de nuestro país. En 1836, la legislación desamortizadora, por la vía del decreto, declaró en venta los bienes eclesiásticos no productivos correspondientes a conventos y órdenes extinguidos. La idea de Mendizábal era dinamizar la economía agrícola, conseguir recursos para el Estado y disminuir la deuda pública a medio plazo. La puntilla vino con otro decreto de supresión de los conventos. Aunque no eran intentonas progresistas nuevas -había precedentes desamortizadores, los del ministro Godoy en 1801 por ejemplo-, sus medidas fueron un escándalo para el ambiente cortesano (próximo a la regente María Cristina), que presionó para hacer caer el Gobierno del gaditano, que volvería a ser ministro de Hacienda después del motín protagonizado por los sargentos de la Guardia Real en La Granja de San Ildefonso (Segovia).

En 1837, con Espartero liderando las corrientes más progresistas del país, comenzó cierto declive de su figura política. No obstante, fue Alcalde de Madrid en 1843, para luego repetir -en el verano de ese año- en el ministerio de Hacienda. Un segundo exilio le llevó a París, donde probó suerte con los negocios, en esta ocasión con menor fortuna. En 1846 se asentó definitivamente en su casa de la madrileña calle de Alcalá, donde pasó los últimos años. López Arriba reivindica al Mendizábal reformador: la huella de quien, sin lugar a dudas, fue sobre todo un hombre de acción. Autodidacta y consumado lector, había aprendido idiomas de joven. Su talento, imaginación y valentía hicieron lo demás.

El entierro de Mendizábal, en 1853 -en la Sacramental de San Nicolás de Bari- fue un acontecimiento en la época. Miles de personas, hasta 8.000 cuentan las crónicas, le siguieron, incluido el Gobierno en pleno, así como el resto de la clase política: aliados y rivales. Sus restos (junto con los de Calatrava, Argüelles, Martínez de la Rosa, Olózaga y Muñoz Torrero) fueron trasladados a un mausoleo -obra de Federico Aparici- en el Cementerio de San Nicolás, Madrid. Un Panteón de Hombres Ilustres de Madrid en el que descansa el más ilustre de los paisanos de Chiclana de la Frontera.