Una temprana orfandad tanto por parte de padre como por parte de madre iba a sellar la vida y el destino de Jerónimo José Cándido (1770-1839), torero de la escuela de Chiclana, hijo de torero (José Cándido Expósito) y cuñado del diestro rondeño Pedro Romero, personaje fundamental en su vida y la formación de su arte. Jerónimo se vio solo en el mundo desde muy joven, y esto hizo que desarrollara un carácter libérrimo que le llevó a dilapidar el patrimonio heredado de sus padres demasiado pronto; de tal manera que hubo de acogerse al amparo de gente como José de la Tixera, que se erigió en benefactor y mentor (gran aficionado a los toros, fue el que encomendó su formación a Romero). Sin embargo, su biografía no está exenta de éxitos, al igual que ocurrió con su malogrado padre. Como muchos otros matadores de toros, se cortó la coleta y volvió a las plazas en distintas ocasiones, llegando incluso a torear durante su vejez.
Primer torero largo, se presentó en Madrid en 1792, pero lo hizo como banderillero; un año más tarde, debutó como media espada. Antes, se había iniciado en la cuadrilla de los hermanos Romero. Con tan buena fortuna que ya en el último lustro del siglo XVIII se alzó como estrella del escalafón (junto a Francisco Herrera Rodríguez, “Curro Guillén”). El hijo del recordado José Cándido aprovechó la retirada de su admirado Pedro Romero (el ídolo del pueblo, según ciertas crónicas) como figura taurina, y estuvo toreando en la Corte y en Sevilla hasta 1800. Su competencia con Guillén fue una rivalidad de las que hacen época. Éste último era muy apreciado. No hay más que leer la siguiente coplilla dedicada a aquel diestro, en la que queda inmortalizado:
Ya puede decir que ha visto/ lo que en el mundo hay que ver,/ quién ha visto matar toros/ al señor Curro Guillén.
Retirado a principios del siglo XIX, Jerónimo José volvió al ruedo en 1810: inmediatamente recuperó su fama de torero largo y completo. Enfermo de reuma, lo dejó de nuevo para irse a Chiclana, donde estuvo convaleciente y rehizo su vida sentimental con dos matrimonios casi seguidos. En 1820 tras un nuevo regreso rivalizó con la estrella taurina de aquel momento, el citado “Curro Guillén”. Se ha dicho de Jerónimo José Cándido que fue torero ecléctico y variado, que disponía de un repertorio de suertes considerable, amén de otras cualidades. Que introdujo en las plazas la costumbre de dar la vuelta al ruedo, también.
Su retirada definitiva se produjo en la capital del reino, donde había triunfado: el 8 de octubre de 1838, un año antes de su muerte. Le acompañaron aquel día Lucas Blanco, Francisco Montes “Paquiro” y Roque Miranda “Rigores”. El también chiclanero “Paquiro” fue de hecho su más aventajado discípulo: se empapó de su serenidad y maestría. Previamente a su retiro, tomó igualmente parte en las llamadas corridas napoleónicas, celebradas en Madrid durante el reinado de José Bonaparte. Sin embargo, la decadencia y los problemas (económicos y de salud) le persiguieron hasta el final.
Una amistad inquebrantable
La historia de la relación entre Jerónimo José Cándido y Pedro Romero es la de una amistad inquebrantable. La figura de Romero es fundamental en la tauromaquia, como representante de la escuela rondeña, antagónica de la sevillana. Así lo cuenta Rubén Amón en El Mundo y a propósito del toreo en tiempos de Goya, momento en el que se fijan las suertes esenciales y se impone el toreo a pie por encima del toreo a caballo. Ambas escuelas tenían sus particularidades: “[…] una, representada por la figura de Pepe-Hillo, concebía la lidia desde un concepto pinturero y alegre; otra, encabezada por Pedro Romero, se caracterizaba por la pulcritud y la hondura”. En el caso que nos ocupa, puede decirse que el chiclanero estaba adscrito a la segunda, tanto por tradición familiar como por su período de formación con Romero.
El joven Jerónimo pasó de brincar por las dehesas y pastizales de su Chiclana natal, corriendo reses bravas, a colaborar con la cuadrilla del rondeño. Ahí lo aprendió todo, de ahí surgió la posibilidad de poder torear. Tras el matrimonio del primero con una hermana del segundo, la camaradería entre ambos adquirió un matiz de familiaridad absoluto. El diestro chiclanero se forjó como media espada, inicialmente. Y aunque su esposa falleció pocos años después de la boda, la relación de ambos cuñados nunca se rompió: ni siquiera con motivo del relato que viene a continuación.
La Escuela de Tauromaquia
Después de su retirada en 1824, nuestro hombre fue maestro asistente de Pedro Romero en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, la iniciativa fernandina donde se inició el mito taurino chiclanero por antonomasia: “Paquiro”. Un proyecto efímero y fracasado cuya dirección trajo bastante cola. Jerónimo andaba por Sanlúcar de Barrameda cuando atendió a la llamada del conde de la Estrella, que le solicitaba para dirigir la escuela sevillana. Corría el año 1830. Pobre de solemnidad, aceptó el puesto, claro está. La noticia llegó a oídos de Pedro Romero; el conde apreciaba mucho a éste, pero le había descartado por motivos de edad. Romero, aún así, manifestó su disgusto por que no hubiesen contado con él, y se lo hizo saber al hijo del conde (que se encontraba en Ronda en aquel tiempo).
Finalmente el puesto fue para Romero, que se ofreció directamente, dada su extraordinaria experiencia en el mundo taurino. ¿Y qué pasó con Jerónimo? Éste aceptó de buena gana un puesto como asistente en la escuela, que cerró en 1834. Al fin y al cabo, el rondeño lo había sido todo para él: amigo y cuñado, familia… En este sentido, el matador de Chiclana de la Frontera antepuso el afecto que sentía por su maestro a otro tipo de de intereses personales. Algo que le honra y le convierte en un personaje especial, de los que merece la pena recordar cuando se habla de la lidia chiclanera.