«Como médico atendía a los más necesitados sin cobrarles. Un gesto que demuestra el compromiso social que tenía hacia Chiclana…» (José Pedro Butrón Caballero)

Javier de la Cruz Cortijo

Javier de la Cruz Cortijo

Médico y político, el último alcalde republicano en Chiclana de la Frontera se llamó Javier de la Cruz Cortijo. Nacido un 6 de octubre de 1900 en Villanueva de la Serena (Badajoz), ha pasado a la historia de nuestro pueblo como ejemplo de filantropía, valor y serenidad ante la vida. Una existencia -la que le tocó vivir- que no fue fácil, especialmente en sus últimos momentos.

Don Javier, como se le conocía en la villa chiclanera, fue algo más que el último alcalde democrático de la Segunda República en España. Se caracterizó por su entrega y preocupación por los demás. Tolerante, abierto, transigente… Fue un hombre muy querido por todos. Y encarnó, como pocos, el espíritu liberal y progresista republicano: el que nos conectaba con otras democracias, con las sociedades más avanzadas de la época.

Javier de la Cruz fue uno de los llamados «topos» que lograron escapar de la oleada de crímenes falangistas en los primeros tiempos de la sublevación militar. Escondido -y protegido, como tantos perseguidos- por una familia de buena fe en Conil, enfermó gravemente en septiembre de 1944. Su mal estaba relacionado con una neoformación intestinal que padecía y no pudo superar. Falleció el 27 de septiembre de aquel mes, a la edad de 44 años. Tuvieron que pasar seis décadas para que fuese nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad de Chiclana. A continuación explicaremos porqué se le concedió ese honor al que fuera nuestro regidor de origen extremeño.

Recién salido de la Facultad de Medicina de Cádiz, llegó a Chiclana en 1927 (casado ya con Ana María Butrón Vela, que le daría tres hijos: Juan, Lucas y Bernardino). Su misión era ejercer la medicina rural. Eran tiempos duros y la salud se pagaba con dinero. Pero el compromiso de aquel joven doctor iba más allá del beneficio propio: de ahí que sean tan numerosos los testimonios recogidos en este sentido por José Luis Aragón Panés en «La destrucción de la Democracia: Vida y muerte de los alcaldes del Frente Popular en la provincia de Cádiz» (2011). El chiclanero, que se ocupa de la semblanza del médico republicano, deja constancia de la gran estima y cariño que nuestros paisanos de la época le tenían al futuro alcalde. Prueba de ello, el comentario de José Pedro Butrón Caballero que encabeza este texto.

Actividad política

Difícilmente podía un hombre como aquél no terminar dedicándose a la vida pública, orientando sus esfuerzos al bien común de la ciudadanía. Había sido militante del Partido Republicano Radical Socialista, si bien terminó formando parte de Izquierda Republicana (cuando el ala de Marcelino Domingo, a la que se sumó cuando se escindió el PRRS, se fusionó con el partido de Azaña). Su compromiso con la República no tardó en hacerse manifiesto cuando se presentó como candidato en las elecciones de 1931; el 12 de abril de ese año salió elegido concejal. Dos días más tarde se proclamaba en Madrid la Segunda República. El día 15 de abril, ediles republicanos y monárquicos le aclamaron como alcalde. Las protestas al Gobierno Civil anularon, sin embargo, los resultados. Se aprobó una comisión gestora hasta las nuevas elecciones, previstas para el 31 de mayo: don Javier fue designado alcalde-presidente de la gestora, y finalmente sería proclamado alcalde en junio, tras los nuevos comicios (su primer mandato duró hasta el 8 de julio de 1932).

La segunda etapa en que don Javier llevó el bastón de mando de la ciudad fue desde el 20 de febrero de 1936 hasta el 20 de julio del mismo año. Su calidad humana, demostrada ampliamente en el ejercicio de la medicina, quedó patente también en su labor como servidor público. El contexto económico no era fácil, precisamente: hablamos de una Chiclana cuyas deudas databan de los tiempos de Primo de Rivera, con un desempleo que hacía mella en las gentes más humildes. Quizá, entre todas las cualidades que Aragón Panés le atribuye, la más alta esté relacionada con su carácter de «fiel defensor de la democracia en el escaño municipal, desde donde se esforzó por emplearla y canalizar la palabra como única arma posible entre adversarios políticos».

No era fácil ser un demócrata en aquella España. Por un lado, las reformas republicanas eran objeto de ataques por parte de las viejas oligarquías y los derechistas más autoritarios; por otro, la inestabilidad política afectaba a cada escalafón de la administración. Así fue como Javier de la Cruz perdió el poder en julio de 1932 y pasó a la oposición, tras sufrir una moción de censura. El trabajo municipal, ya como opositor, estuvo muy influido por sus principios: la legalidad era una de sus obsesiones, según Aragón Panés. La protección de los más débiles, también. Prueba de ello, su preocupación por regular la Beneficencia para mejorar la salud de todos los vecinos de Chiclana.

Y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres: creía en las garantías que ofrecía la Constitución española de 1931 al respecto. «Algún día la mujer vendrá a compartir y regir los destinos del pueblo», declaró en la sesión plenaria del 28 de enero de 1933. Tampoco dudó en llamar «inculto» al alcalde que había en ese momento –Agustín Parra Marín, del Partido Radical-, que se mofaba de él por lo que acababa de decir al respecto de las féminas. «Sus palabras ponen en evidencia el grado de cultura de la Presidencia», sentenció en aquel momento.

Alcalde en 1936

Sospechoso de apoyar la Revolución de Asturias, fue suspendido como concejal -junto con otros cinco ediles de diferentes partidos políticos: Antonio García de los Reyes, Juan Román Moscoso, Joaquín Guerrero Sánchez, José García García y Manuel García Velázquez– en octubre de 1934. En febrero de 1936 fue restituido y elegido de nuevo alcalde de Chiclana. Su mayor preocupación era solucionar la situación desesperada de obreros y braceros, el reparto -justo- del trabajo en el municipio. Aragón Panés señala que la nueva Corporación realizó interesantes gestiones con los diputados nacionales para conseguir ocupación «a 300 obreros en las faenas de limpia de salinas». Era un alivio para una crisis económica permanente.

Cuando supo fue el convento de las Madres Agustinas Recoletas estaba en peligro, el alcalde no dudó en plantarse en la casa de las religiosas, a las que protegió en compañía de otros concejales. «Cuando el intento de quema del convento de los monjas el primero en llegar fue mi padre, Nicolás Ballesteros y después don Javier…«, relata José García Macías. Otros testimonios recabados por Aragón Panés apuntan lo mismo: «…se recibió en el Ayuntamiento de Chiclana una comunicación, proveniente de Cádiz, […] lo que motivó que tanto don Javier, como García de los Reyes, como mi abuelo materno, permanecieran durante toda una noche…«, cuenta Juan José Rodríguez Ballesteros. Conviene, en este punto, recalcar que Javier de la Cruz era un firme defensor del laicismo (pero no por ello dejaba de ser un hombre respetuoso con las creencias ajenas).

«Sus amigos y camaradas» intentaron «sacarlo de España a través de Gibraltar, pero por circunstancias aún no determinadas fue imposible hacerlo«, narra el autor chiclanero. Ocho años permaneció escondido don Javier hasta su fallecimiento. Se creó una especie de red solidaria de personas allegadas, familiares y vecinos, dispuestos a comprometerse en la protección del que había sido, de lejos, el regidor más preparado de Chiclana. Intelectual, política y humanamente.

Pasados los tiempos de represión franquista más duros, fue juzgado. El Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas le condenó al destierro en diciembre de 1940, y a una pena económica. Dice Santiago Moreno Tello en el estudio preliminar del trabajo sobre los últimos alcaldes republicanos -del Frente Popular-, que Javier de la Cruz «se vio atrapado en su pueblo, sin poder huir […] Ahora bien, la mala calidad de vida que le acarreó dicha situación le terminó pasando factura«. El antiguo médico rural de Chiclana de la Frontera, el portavoz de los afligidos, el hombre del consenso, el político abierto e ilustrado, continuó muy ligado a la que había sido su tierra de adopción. Literalmente, se dejó la vida en ella.