“En Chiclana se nace torero; el niño busca el toro y corre hacia él en la calle” (Antoine de Latour)


La tauromaquia ­la fiesta, la lidia­ está señalada con una firme y portentosa franja que señala un antes y un después en el arte del toreo: se trata de Francisco de Paula Montes Reina, “Paquiro”. Torero de Chiclana de la Frontera (donde nació un 13 de enero de 1805), es el matador más importante del siglo XIX. Motivo más que suficiente para que la villa que le vio nacer le dedicara un museo que lleva su nombre. El Museo Paquiro es, para el aficionado el toreo, un lugar de visita obligada. Las piezas que alberga, de indudable valor histórico y artístico (como comentaremos más adelante), son fundamentales para entender las bases del toreo moderno, del que “Paquiro” fue su gran impulsor. Una forma más de hacer turismo en Chiclana es venir a ver este interesantísimo museo taurino: para aficionados, entendidos y neófitos de la tauromaquia. Que siempre ha contado, por cierto, con un gran seguimiento por parte de los chiclaneros. Como muestra, las palabras que el hispanista francés Charles Davillier le dedicó a las dos grandes figuras que ha dado la villa. Así, si “Paquiro” era el César, “El Chiclanero” era el Napoleón de la tauromaquia.

Al padre de Francisco Montes, Juan Félix Montes, le iba razonablemente bien en la vida: era administrador de los bienes del marqués de Montecorto, y podía mantener a su familia con cierta holgura. Es más, tenía grandes planes para su hijo Francisco: quería que fuese cirujano. Sin embargo, el que sería un día la mayor estrella del escalafón de su momento (la mismísima Isabel II se encontraba entre sus admiradores), estaba desarrollando un amor por el campo, el toro, los caballos… Que le llevó espiritualmente a otro sitio. Ni siquiera la mala racha económica familiar, que le obligó a buscarse la vida desde joven, le apartó de su verdadera vocación: el toro. Y lo consiguió, puesto que se convirtió en el estoqueador más inspirado de su generación.

Francisco Montes “Paquiro” estudió en la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla ­fundada por Fernando VII­ adonde llegó de la mano de Jerónimo José Cándido, notable matador de toros (paisano suyo, chiclanero). Financiado por la Corona ­con una pensión de seis reales­, la joven promesa pronto empezó a despertar la admiración de propios y extraños, entre ellos el rondeño Pedro Romero (su maestro). Federico García Lorca le inmortalizó en la coplilla de “El Café de Chinitas”: aquellos versos con los que el torero Paquiro se dirigía a su hermano: “Soy más valiente que tú/ más torero y más gitano”.

Clásico de la literatura taurina

Antes de “El Cossío” estuvo el tratado de “Paquiro”. Es decir: más de un siglo antes de la denominada “Biblia del toro”, titulada “Los toros, tratado técnico e histórico” (cuyo primer tomo salió en 1943) estuvo “Tauromaquia Completa. El arte de torear en la plaza, tanto a pie como a caballo”. Y si “El Cossío” fue dirigido por el académico José María de Cossío, en el caso de “Tauromaquia…”, se trataba de un trabajo escrito por el propio “Paquiro”, que contó con la edición del periodista Santos López­-Pelegrín (de bello pseudónimo, “Abenamar”; sí, como el “moro de la morería” del poema). Un clásico de la literatura taurina que fue publicado en 1836. El propio Cossío dijo que con este tratado, el matador chiclanero se afirmaba como “practicante más eminente de su arte”, al tiempo que como “un legislador y reformista del toreo”.

Existe una famosa carta de Jovellanos ­célebre antitaurino, por cierto­ en las que el ilustrado gijonés afirmaba que en su época ­último tramo del siglo XVIII­ solamente se toreaba en Cádiz y en Madrid. En “Tauromaquia…”, se hace una historia apologética de la fiesta del toreo hasta la fecha (primera mitad del siglo XIX). Si bien, lo más revolucionario de esta obra, de tirada pequeña en su primera edición, sería la propuesta de mejoras de la liturgia taurina, además de la descripción del arte de torear en diferentes modos (a pie y a caballo). El Arte de torear a pie, el Arte de torear a caballo y la Reforma del espectáculo son las tres partes en las que se estructura el libro.

La inquietud de Francisco Montes no conocía límites: igual diseñaba el primer vestido de luces (con bordados de oro y plata), que introducía la montera de origen calañés, el “tocado” definitivo. Como dice el texto de la web del Museo Paquiro, se ocupó éste “incluso del vestido que el torero precisaba para realizar su labor y para subrayarla”, así como para restituir la dignidad del torero a pie, denostada hasta entonces. El traje de luces derivó en la vestimenta goyesca; Montes se inspiró nada menos que en el atuendo de gala que llevaban los oficiales franceses.

Cierta discusión hay en torno a la autoría, edición e inspiración de esta importantísima obra: Guillermo Boto Arnau, ginecólogo y experto taurino, atribuye este ensayo al médico militar gaditano Manuel Rancés Hidalgo, gran aficionado y los toros y amigo de “Paquiro”. Teoría que ha documentado y reafirmado la profesora de la Universidad Complutense María Celia Forneas en 2001 con “Periodistas Taurinos españoles del siglo XIX”; la escritura de “Tauromaquia…”, según la exhaustiva investigación de Forneas ­especialista en HIstoria del Periodismo­, corresponde a Rancés, quien habría recibido el encargo del propio “Paquiro” de escribir el libro.

Al margen de estas polémicas, hay que destacar que la obra contribuyó a dignificar una profesión ­la de matador de toros­ necesitada de reconocimiento. En un entorno, como apuntan los especialistas, que se caracterizaba por el analfabetismo. Fue, por lo demás, una obra muy citada en otro libro famoso, “Filosofía de los Toros” (1842), del citado López­Pelegrín (de ahí, quizá, la atribución de la autoría del tratado instigado por torero chiclanero). El periodista realizó una aproximación a este mundo mucho más jocosa y festiva, según Boto Arnau. Por contra, la “Tauromaquia…” es un documento imprescindible para conocer el toreo de este tiempo, además de manual que describe cómo tiene que articularse la Fiesta Nacional.

El arte de “Paquiro”

Quiebros, quites, recortes, galleos… Nada se le resistía a Francisco Montes en el arte de torear, al que reportó mucha dignidad y no poca destreza: en la templanza con las banderillas, la pericia con la muleta y la maestría con el capote. Se le describe como autoritario y enérgico: igualmente, como líder meticuloso de una cuadrilla seleccionada con tino, que no dejaba de profesar admiración por un maestro a todas luces preciso, serio, profesional. Su valedor, Pedro Romero, escribió en el Correo Literario (1832) lo siguiente: “[…] carecía de miedo y estaba dotado de mucho vigor en las piernas y en los brazos, lo que me hizo concebir que sería singular en su ejercicio, a pocas lecciones que le diese…”. Desde el Puerto de Santa María hasta Sevilla y Jerez de la Frontera, el diestro labró un camino que condujo hasta la capital del Reino.

Con 25 años, el aprendiz y novillero se había convertido en un primer espada de pleno derecho. Madrid, plaza exigente donde las haya, se rindió ante el talento y la fortaleza física del torero de Chiclana. En 1835, su liderazgo en el escalafón era indiscutible. Esta coplilla, citada por R. Pérez en ABC, da una idea de la relevancia que Francisco Montes obtuvo en aquella época: “Para sabio, Salomón; Paquiro para torero; para gobernar España, don Baldomero Espartero”.

Torero del Romanticismo

El torero de Chiclana “personifica el ideal colectivo que estaban buscando los románticos extranjeros”, señala Juan Carlos Gil González en la Revista de Estudios Taurinos (nº 21, Sevilla, 2006). Gil González, profesor de la Universidad de Sevilla, le dedica un extenso artículo a Montes, al que considera un “héroe social” en la vida y periódicos decimonónicos. La “plazuela intelectual” ­definición de Ortega y Gasset de la prensa­ estaba enamorada del poderío del diestro. Incluso cuando abandonó los toros, para la comunidad taurina seguía ahí. “Ni la afición, ni los narradores taurinos habían olvidado sus aportaciones, sus pequeñas revoluciones tanto en la vida social como en la tauromaquia”, escribe el académico, docente de la asignatura de “Toros, Sociedad y Periodismo” (ofertada en 2005 por la facultad de Comunicación hispalense).

Ataviado con su montera y su moña… Adornado de pedrería, borlas y lentejuelas… “Paquiro” fue diestro en plena era romántica; de esta guisa se le puede recordar en el célebre retrato de Antonio Cavanna (considerada obra cumbre del Romanticismo, en el Museo Paquiro de Chiclana de la Frontera puede admirarse para quienes hagan turismo en la villa). Fue un retrato de referencia para los artistas que inmortalizaron a “Paquiro de Chiclana”: ocurrió con Ángel María Cortellini Hernández, en “Francisco Montes ‘Paquiro’, antes de una corrida. La despedida del torero” (1847), que actualmente puede verse en la Colección Carmen Thyssen-­Bornemisza.

José Luis Díez, Doctor en Historia del Arte, miembro de la Real Academia de la Historia y exjefe de Conservación de pintura del siglo XIX del Museo Nacional del Prado, hace hincapié en la fama de la que gozó “Paquiro” en la España isabelina. La difusión iconográfica, en este sentido, sería su clara consecuencia. Díez señala a destacados románticos españoles, como el retrato del diestro junto a su esposa de José Elbo (conservado en el Museo Taurino de Lima), o el de José Domínguez Bécquer, que le pintó junto a su cuadrilla en “Montes, primera espada de España”.

El momento de la verdad

Fue un genio de la lidia que tomó la alternativa en Madrid, un 8 de abril de 1831. Y que después de asumir el reto de la muerte en cada una de las corridas ­tantísimas­ en las que participó, decidió retirarse. Su definitivo declive comenzó en 1849, tras ser corneado en Madrid por el toro “Rumbón” (lance del que nunca llegaría a recuperarse). Dos años después, en 1851, moriría debido a unas fiebres fruto de aquella convalecencia, con apenas 46 años. El periodista malagueño Serafín Estébanez Calderón (1799-­1867) le dedicó unos cuantos versos.

Autor de un Doctrinal del folletinista de toros, Estébanez Calderón ­que firmaba como “El Solitario”­ escribió unos emocionados sonetos en memoria de Francisco de Paula Montes y Reina. “Paquiro” de Chiclana para la posteridad taurina del siglo XIX (y de todos los tiempos). Matador que da nombre, además, a un importante galardón nacional: el Premio Paquiro de Toros que ofrece El Cultural del periódico El Mundo.