“Ojos negros en ronda por la vega,
Barrosa, salinar, pinar, labriega
y pescadora tú, de cara al viento.Abierta madre siempre de la mano
contra el incendio azul de tu verano,
vieja y muchacha por mi pensamiento”.
Con “Soneto a Chiclana de la Frontera”, Fernando Quiñones (1930-1998) rinde homenaje a la ciudad donde nació: nada falta, ni siquiera una velada referencia a la tradición taurina chiclanera (“el sol antiguo de tus matadores”, reza al final del segundo cuarteto). Premio Adonais en 1957 -por su poemario “Ascanio o Libro de las Flores”-, inventor de la poesía cronística, dramaturgo y narrador, es uno de los escritores más brillantes que ha dado el siglo XX. Así le saludaron en su momento autores de la categoría de un Borges… Además de Bioy Casares, Luis Rosales, Dámaso Alonso, Rafael Alberti o José Hierro. Hijo agradecido de la bahía gaditana, se le ha considerado maestro del relato, dentro de la llamada generación de los 50 (la de los “hijos de la Guerra Civil”, de la que más adelante hablaremos). Abandonó Cádiz en 1953, una vez resuelto el tema del servicio militar. Comenzó a colaborar como articulista de prensa en los años cincuenta, después de lanzar dos revistas literarias (El Parnaso en 1950, y Platero, en 1954). A finales de la década ya había publicado su primer libro de poemas.
Es entonces cuando el ‘yo viajero’ de Quiñones nace: se puede rastrear su paso por Europa, América y Oriente Próximo (especialmente a través de sus crónicas). También desarrolla su ‘yo taurino’, si se tiene en cuenta la producción relacionada con la tauromaquia (artículos, antologías, ensayos…). Había comenzado su carrera trabajando en Madrid para la edición española del Reader’s Digest, la popular revista estadounidense. Polifacético, nómada y flamencólogo, dedicó parte de su obra ensayística al universo jondo, con títulos como “De Cádiz y sus Cantes” (1964): según Félix Grande, “un libro imprescindible en el estudio del arte flamenco”. Fue el creador e impulsor de Alcances, festival que dirigió desde 1968 en Cádiz, y que aún se celebra como certamen cinematográfico (si bien en la actualidad Alcances es un Festival de Cine Documental). Con Quiñones al frente, sería una de las grandes citas de la vida cultural gaditana, de vocación claramente multidisciplinar (aunaba arte, música clásica y popular, y letras).
Novelista memorable, fue finalista del premio Planeta con dos de sus novelas: “Las mil noches de Hortensia Romero” (1979) y “La canción del Pirata” (1983). No pocas flores le tiró Carmen Martín Gaite a la primera (retrato de una veterana prostituta andaluza) en su reseña para Diario 16: “[…] tiene esa aptitud natural para gozar con el habla tan propia de algunos andaluces, pero que muy pocos entre ellos han conseguido trasponer en toda su plenitud al terreno de lo literario, sin caer en un tipismo facilón”. Cultivó la narrativa breve y obtuvo galardones como el Premio de Novela Café Gijón en 1989 -con “Encierro y fuga de San Juan de Aquitania”-, o el Premio Literario La Nación de Buenos Aires por “La gran temporada” (una colección de relatos publicada en 1960).
El ciclo de crónicas
Pero es la poesía narrativa y encerrada en “Las Crónicas de Mar y Tierra” (1968) la que inaugura el ciclo de crónicas, que sellará y definirá su personalidad artística hasta el fin de sus días, treinta años después. “Desde las orillas: Poetas del 50 en los márgenes del Canon” (2013) es un libro que recopila las conferencias pronunciadas durante un seminario internacional que tuvo lugar en 2012. Hasta Palma se acercaron investigadores que conocen a fondo esta generación, rescatando a poetas como María Victoria Atencia, Dionisia García o César Simón. Francisco José Díaz de Castro (Universidad de las Islas Baleares), uno de los ponentes, resaltó las múltiples facetas de Quiñones: “el poeta erudito y el prosaico, el flamenco y el cosmopolita, el epigramático y el erótico y, siempre, el poeta moral e intimista”. Fanny Rubio -catedrática de Literatura en la Universidad Complutense, y escritora que fue directora del Instituto Cervantes en Roma- prologó la edición que reunía todas las crónicas de Quiñones. En ella advierte de las conexiones culturalistas de una poesía que es una leyenda “con la que el escritor establece un vínculo de revivencia”.
Existe un antes y un después en la obra de Quiñones: las crónicas son las que marcan este punto, como él mismo se encargó de precisar. “Las Crónicas de Al-Andalus” (1970), “Las Crónicas Americanas” (1973) o “Las Crónicas Inglesas” (1980) pertenecen a esta serie, donde abandona el estilo confidencial y preciosista de su poesía primera para ir hacia el encuentro con la Historia y sus personajes; intercalando narración, textos históricos, monólogos dramáticos y comentarios, alternando cultismos y referencias más populares. Tirando de la sátira y de la elegía, construyendo “una lengua poética riquísima en registros y matices, tan sorprendente como eficaz”, según Díaz de Castro.
“La crónica es relato y es tiempo, pero también es vivencia en el tiempo y reflexión propia. Personas y lugares, pasión y entusiasmo, ironía, sarcasmo ante la vida que transcurrió o transcurre en esta obra poética y cronística con su originalidad, con su emoción, pero también con su personalismo, subjetividad y peculiaridad”, apunta Francisco Javier Díez de Revenga en un excelente artículo publicado en la Revista de Literatura con el título de “Fernando Quiñones y el modelo de ‘crónica poética’” (2006). El autor destaca la impresión que Luis Cernuda causó en Quiñones, que en “El despechado” reflexiona “sobre uno de sus maestros, un maestro especial que fue además excelente poeta, pero sobre todo persona exigente con los demás y consigo mismo: un modelo de comportamiento y de vida, ante la diferencia o despecho de los demás”.
Poeta de Chiclana
Quiñones y Chiclana se han ido reencontrando con el paso del tiempo. La villa se enorgullece de Quiñones, a pesar de que éste pasara su infancia y adolescencia en la capital gaditana (donde creció bajo el ala de la abuela paterna). Fernando Quiñones disfrutó del reconocimiento de su ciudad natal, Chiclana; y lo hizo en vida. El año de su fallecimiento -1998-, el Ayuntamiento le otorgó la Medalla de Oro de la Ciudad, puesto que a esas alturas podía ser ya considerado la personalidad más relevante nacida en la villa durante el siglo XX. Aquí es donde se celebran las famosas Rutas que llevan su nombre, capitaneadas por la Asociación de Amigos Fernando Quiñones. La Fundación Fernando Quiñones, que gestiona el legado literario del escritor para su divulgación y conocimiento, cuenta con sede física en uno de los edificios civiles más significativos de Chiclana: la Casa Briones.
Quiñones se casó en 1959 con la artista ceramista y traductora Nadia Consolani, una veneciana que se afincó en Cádiz y compartió la vida del autor de “La Boda en San’a” hasta su muerte. En una entrevista concedida a Europa Sur en 2008, Consolani señaló la necesidad de que la figura de quien fue su compañero tuviese mayor proyección: “[…] considero que no es conocido suficientemente. Se conoce de él la parte lúdica, la parte chistosa, la del bohemio un poco loco, pero no se conoce su literatura a fondo, que es inmensa; su cultura, su capacidad mental”. Una capacidad de la que quizá llegara a ser consciente a partir de 1971, momento en el que decide abandonar su trabajo en Reader’s Digest para consagrar su tiempo a la literatura.
Honoris Causa por la Universidad de Cádiz -en 1998-, el chiclanero se dedicó a viajar y a escribir incansablemente. Conferencias, cursos, pregones y colaboraciones en medios de comunicación están entre sus incontables actividades. Autor prolífico, no hubo género que se le resistiera. Aunque su paso por este mundo estará ligado, profundamente, a un quehacer poético que no dejó a nadie indiferente; de ahí su inclusión en más de 50 antologías publicadas en España, Argentina, Nicaragua, Holanda y Alemania, entre otros países. Su obra ha llamado la atención de infinidad de especialistas, que han convertido a Quiñones en objeto de estudio.
Generación del 50
El poeta Vicente Gallego se encargó de reivindicar a Fernando Quiñones en “El 50 del 50” (2006), donde realizó una selección personal de autores en los márgenes del plantel de poetas nacidos entre 1924 y 1938, a saber: Ricardo Defarges, Luis Feria, Manuel Padorno, Tomás Segovia o César Simón. Esta selección constituye una alternativa al relato canónico, un toque de atención sobre autores no incluidos en otras antologías, como ha sucedido con Quiñones. Aunque ya en 2002 había publicaciones como Campo de Agramante -editada por la Fundación José Manuel Caballero Bonald, uno de los que aparecen en la famosa foto “fundacional” del corazón de la generación ante la tumba de Machado, tomada en 1959- que homenajeaban ampliamente a Quiñones (como uno de los representantes sureños del movimiento, junto a Caballero Bonald).
Lo cierto es que, ya desde los tiempos de la edición de Platero, el núcleo duro de la revista había conseguido superar su condición de publicación de provincias para hacerse un hueco en la atención nacional. Ahí estaba Caballero Bonald, claro; Carlos Edmundo de Ory, Pilar Paz Pasamar y el propio Quiñones, entre otros. Tres de ese grupo se independizaron a posteriori para fundar El Parnaso junto al de Chiclana: Francisco Pleguezuelo, Serafín Pro y Felipe Sordo Lamadrid. Lo indica Manuel Ramos Ortega en su aproximación a la poesía del 50 (a través de Platero, la revista gaditana del medio siglo). Por aquellas épocas, el poeta se buscaba la vida en los muelles de Cádiz.
Díaz de Castro ha situado a Quiñones y su obra “al margen de movimientos y grupos pero nunca aislado”. “Mantuvo durante toda su vida de poeta el intenso testimonio de lo uno en lo diverso”, escribe. Una voz “propia y plural” con preocupaciones universales, como no podía ser de otro modo: el erotismo, la muerte, el paso del tiempo. Grandes temas para un gran autor al que Chiclana de la Frontera vio nacer de nuevo en 1999, gracias a la Fundación Fernando Quiñones. Mauro Quiñones Consolani, hijo del poeta, es quien preside a día de hoy la institución promovida por el profesor e historiador -chiclanero de adopción, y prematuramente fallecido- Domingo Bohórquez Jiménez.