“[…] siempre que miro atrás, el primer recuerdo que me viene es el siguiente: una casa antigua en Chiclana, de techos altos y vigas de madera, con una enorme cristalera por la que entra una luz cegadora que se cuela por un patio interior. La casa es de unas vecinas de mi abuela. Delante de ese ventanal, una de ellas, Petronila, se pasa el día dibujando y recortando figuritas de cartón para un niño de cuatro o cinco años. Todo ello mezclado con una noche de Reyes en la que me dejaron un caballete, una caja de pinturas, un lienzo en blanco, y lo mejor: la pasión por esto del dibujo, de la pintura. Cosa que le debo a mis padres, evidentemente” (Enrique Quevedo, entrevista para Cuentos de Pukka)
Se considera un tipo con suerte. O al menos, le gusta muchísimo su trabajo, de manera que la deducción es oportuna. Es lo que concluimos al acercarnos a la figura del artista Enrique Quevedo (Chiclana de la Frontera, 1967), quien desde tiernas edades sintió fascinación por la pintura y por la creación de otros mundos, paisajes y criaturas. Finalmente, y gracias a su faceta como ilustrador de libros infantiles, ha convertido su sueño realidad. Un trabajo que le ha permitido, además, contar con una ventaja inesperada, como explica en su entrevista para el blog Cuentos de Pukka: el encuentro con los más pequeños. Quizá sea el público más refrescante que existe. Y el más estimulante. El mérito de este chiclanero se ha visto recompensado al otro lado del charco. Sus dibujos para “El Gran Mago del Mundo” (2012) -una obra del sevillano Fran Nuño– obtuvieron la medalla de oro en los prestigiosos premios Moonbeam Children’s Book Awards, que cada año reconocen lo mejor en literatura infantil publicada en Estados Unidos (tanto libros, como autores e ilustradores). Quevedo recibió el galardón por la versión en inglés del álbum en noviembre de 2012, dentro de la Feria del Libro Infantil que tuvo lugar en Traverse City (Michigan).
Sin embargo, pese al éxito en la esfera editorial para niños, la trayectoria del dibujante y pintor abarca infinidad de proyectos y aventuras creativas. Se licenció en la Universidad de Sevilla, concretamente en Bellas Artes, en 1993 (ese mismo año obtuvo la Beca de Paisaje de “El Paular”; en 1996 también, como pintor agregado). A partir de entonces, su carrera ha sido un no parar: como artista plástico, ha protagonizado exposiciones individuales, pero también ha participado en muestras colectivas. Algunas de las galerías que han visto sus piezas son las sevillanas Félix Gómez, Álvarez Quintero, La Caja China… Su trabajo ha sido expuesto, igualmente, en Rrose Selavy o el Colectivo Balmes (Barcelona), o la Galería Belén de Jerez. Ha pasado por prestigiosas ferias como ARCO, la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid, o la de Lisboa. Su obra fue seleccionada por el proyecto Iniciarte, dedicada a creadores incipientes; entre 1993 y 1996 compartió espacio en el Torreón de Lozoya de Segovia, en un programa de residencia artística.
Obra ilustrada
Su concepción del arte -íntimamente ligada al juego- le ha venido de perlas para afrontar nuevos retos. La crisis empujó a este chiclanero a emprender nuevos caminos, de manera que del mundo galerístico y pictórico pasó a la industria editorial y la ilustración. Dibujar era algo que le entusiasmaba, y se lanzó: “aunque la idea de dedicarme a esto estuvo siempre en mi cabeza, no sabía cómo funcionaba esta maquinaria y veía al mundo editorial detrás de un muro difícil de saltar. A veces es necesario un hecho extraordinario para despertarnos del letargo, de lo cómodo, de la rutina. Para mí ha supuesto una revolución, me ha abierto mundo, mi mirada ha ido más allá. Y la gran suerte es que a fin de cuentas sigo haciendo lo mismo, porque no considero a lo uno diferente de lo otro”.
Lo demás ha sido ir trabajando, probando y experimentando, dentro de un lenguaje visual que sus admiradores advierten como personal e intransferible. Puede apreciarse en “La Hora de los Relojes” (2011) o en otra de sus colaboraciones con Fran Nuño -con el que forma ya un tándem creativo muy especial-, en este caso el poemario de este autor (Mención de Honor en el Premio de Poesía Infantil Ciudad de Orihuela). Los lápices son sus principales aliados: “los lápices de colores son mis preferidos. Tengo unos 500 rondando mis dibujos continuamente. Compro cada color en cajas de 12; gasto mucho lápiz”, contó en la entrevista concedida a Cuentos de Pukka, el blog de la narradora infantil húngara Réka Zsuzsanna Simon.
Exposiciones en Chiclana
“Más que palabras” fue la exposición con la que Enrique Quevedo regresó a Chiclana en abril de 2014. Medio centenar de ilustraciones que podían contemplarse en el Museo Municipal de Chiclana (en la Casa Briones), centro de un ciclo más amplio dedicado al libro como objeto cultural; el apartado relacionado con la ilustración quedaba cubierto, de esta manera, con un creador chiclanero que goza ya de un estimable reconocimiento nacional e internacional. Nuestro paisano se mostró muy contento con el montaje final de la exposición, gracias sobre todo a “la simplicidad y la armonía” con la que se habían distribuido las piezas. “Refleja fielmente los estados de ánimo por los que pasa el artista en el proceso creativo, así como el recorrido de la obra, mostrando desde que es un boceto hasta que toma el nombre de publicación”, publicó Andalucía Información.
No era la primera vez que Chiclana se hacía eco de la obra de Quevedo. Pilar Hernández Mateo recogió en 2008 para el Diario de Cádiz la retrospectiva realizada en la Casa de la Cultura de la villa, que abarcaba nada menos que 18 años de trayectoria. La muestra presentaba, además, una vertiente didáctica. Se trataba de “enseñar qué ha pasado desde aquellos años ochenta hasta la actualidad para que estén saliendo estos últimos trabajos”, declaró un autor seducido por la geometría, como podía apreciarse en sus lienzos de aquel momento. Una geometría que sin lugar a dudas le ha servido para acometer las ilustraciones que, con altas dosis de surrealismo, conquistan al público de corta edad. Y a los mayores, por qué no decirlo.
Enrique Quevedo encontraba la inspiración -durante sus años de formación- en maestros modernos del cubismo. “Siempre tuve claro que para el aprendizaje que necesitaba, a los únicos que se podía recurrir era a los gigantes. Sólo desde sus hombros se puede mirar más allá”, decía. Destacó, igualmente, el gusto por la arquitectura que adquirió en la capital barcelonesa, donde residió por espacio de un tiempo. Un formalismo simple, contrario al modernismo catalán (paradójicamente), regado con gotitas de pop-art; en su último período plástico trabajó con conceptos como el del teatro de sombras, dejándose llevar por elementos orientales.