“Soy hijo del genio y pertenezco a la aristocracia del talento”
(Antonio García Gutiérrez, en el Teatro Español)
Mariano José Larra recogió estas palabras pronunciadas por Antonio García Gutiérrez (1813-1884) ante el público del Teatro Español, mientras salía a encontrarse con el respetable que aplaudía, a rabiar, durante el estreno de “El Trovador” (1835). Era la primera vez que el autor saludaba, durante un estreno, al público. Así que fue un doble hito el estreno, tanto por esta circunstancia como por la obra misma. Porque Antonio García Gutiérrez su obra dramática, poética, periodística está indisolublemente ligada a esta pieza teatral, que Giuseppe Verdi escogió para llevarla al mundo de la lírica con “Il Trovatore” (estrenada, con un éxito increíble, el 19 de enero de 1853 en el Teatro Apollo de Roma); no fue la única vez que Verdi se dejó seducir por la obra del chiclanero, ya que el genial italiano adaptó también “Simón Bocanegra”. García Gutiérrez fue el dramaturgo español más representado del siglo XIX, y nació en Chiclana de la Frontera. Pionero entre los autores a la hora de exigir sus derechos por adaptaciones operísticas, participó activamente en política y accedió a instituciones tan importantes el Museo Arqueológico Nacional (del que fue su director en 1872).
Como tantos hombres y algunas pocas mujeres del siglo XIX español, podría decirse que Antonio García Gutiérrez vivió todas las vidas posibles (y alguna más incluso). Su excepcional fama, con poco más de 20 años, rozaba lo desmesurado; sin embargo, aquella popularidad decimonónica se deshizo como si de un hechizo se tratase (el siglo pasado pasará a la historia como el de un pertinaz olvido hacia la figura del literato, según sus estudiosos). Algo que ha podido de alguna manera corregirse en lo que va de siglo XXI: la celebración del bicentenario de su nacimiento, en 2013, ha pasado por ser un grandísimo acontecimiento, como puede apreciarse en su web.
Podría decirse que García Gutiérrez representa al tipo decimonónico a la perfección: hombre de acción y de creación, su dinamismo le llevó a viajar hasta América pasó por la península de Yucatán mexicana, y por Cuba, y a recorrer una parte importante de la Europa más dinámica a nivel político. Seguir su pista y su recuerdo es ciertamente apasionante; como en este recorrido que hizo Documentos RNE, programa de la radio pública emitido en mayo de 2015. Que aprovecha igualmente para reivindicar al que consideran uno de los grandes olvidados del movimiento romántico español.
García Gutiérrez, periodista
Hablar de García Gutiérrez es pensar en un movimiento el Romanticismo, situado en la encrucijada de la convulsión política permanente, prematuramente moderna, y en un contexto que fue reflejado por el periodismo del momento. La faceta periodística del autor es, pues, importantísima. Como hombre conocido de su época, tuvo la oportunidad de lucirse en la prensa en ciernes: desde sus tempranas ocupaciones como redactor en La Revista Española y La Abeja Española, a su aventura cubana (con colaboraciones en el Diario de la Marina, de La Habana, que publicó artículos y poemas suyos), donde dirigió el periódico El Colibrí. Tanto es así que su biógrafo, Juan Carlos Rodríguez, concluye aquí, rotundo: “del algún modo, siempre se sintió periodista”.
Rodríguez escribe esto a propósito del libro de José Luis Aragón Panés (“Crónicas para una biografía. Antonio García Gutiérrez (1836-1884)”, publicado en junio de 2013, que precisamente reivindica al García Gutiérrez más plumilla. Al mismo que firmaba manifiestos para defender la libertad de prensa, severamente restringida en tiempos de José Luis Sartorius (presidente del Gobierno en 1854), por ejemplo.
Romántico y político
“García Gutiérrez propugna un amor sin barreras, sin clases sociales, sin nobles y sin vasallos, sin imposiciones”, comenta su biógrafo, que inserta su discurso en un contexto donde el liberalismo está llamado a superar la tradición y el manejo de la vida pública por parte de las instituciones tradicionales. Siempre en pos de un objetivo: la libertad. Conceptos como el bien común, que hoy en día se nos antojan tan modernos, aparecían ya en boca de personajes como Simón Bocanegra, quien protagonizó un drama de los que marcarían época (según sus críticos coetáneos). El Eco le dedicaba muchos elogios, en su estreno de 1843: “[…] Pasión, sentimiento, conocimiento íntimo del corazón humano y de la escena, poesía dulce, enérgica, fluida y correcta”, rezaba la crónica.
“Juan Lorenzo” drama prohibido por el Gobierno que fue finalmente estrenado en 1865, es otra de esas criaturas a las que el autor chiclanero proporciona un megáfono para expresar ideas propias; enfrentado a Guillén Sorolla, representa al revolucionario idealista sin intereses personales, frente a Sorolla (que pasa por ser taimado, ambicioso y oportunista). Revolución, sí. Sangre y muerte, no. La obra, pese a las dificultades censoras, salió adelante y fue acogida bastante bien: especialmente por sus tendencias filosóficas. Sin embargo, la filiación del autor chiclanero al Partido Progresista le pasó factura en aquellos tiempos. Y eso que fue capaz de contar con el respeto de facciones tan distintas como progresistas y conservadores, liberales y demócratas. Escribir y comprometerse políticamente nunca ha sido sencillo.
Su muerte fue una auténtica conmoción, en Madrid y en todo el país. No hay más que leer este anuncio publicado por La Correspondencia de España el 27 de agosto de 1884: “hoy, miércoles día 27 se celebrará el sepelio, que saldrá de la casa mortuoria, en la calle Fuencarral número 139, a las cinco y media de la tarde. La empresa del Teatro Español ha invitado a todos los actores y actrices residentes en Madrid a las cuatro y media a la entrada del teatro para unirse al cortejo fúnebre y acompañar al cadáver de don Antonio hasta el cementerio de San Lorenzo”.
Chiclanero en Madrid
Orgullo de Chiclana de la Frontera, Antonio García Gutiérrez falleció a los 71 años de edad en Madrid. La capital del reino, a la que se marchó andando y siendo apenas un jovenzuelo, le vio abandonar este mundo. Madrid no había olvidado “El Trovador”, ni el casi medio siglo de teatro, versos, zarzuelas, artículos que el literato publicó y estrenó; su labor como periodista en tantas publicaciones, las responsabilidades y cargos que asumió. El responsable de “Crisálida y mariposa” así como de un centenar de obras más era un personaje en Madrid. Comisario interventor de la Deuda de España en Londres (1858), cónsul español en ciudades como Bayona o Génova (18691870), Jefe Superior del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios (1872)… Y Académico de la Real Academia Española desde 1861 (donde ocupó la “P” mayúscula a su muerte).
Siempre que se da la ocasión, Chiclana reivindica a García Gutiérrez. Presente en las calles que vieron dar sus primeros pasos al poeta, podemos recordar al autor en el busto de la plaza Patiño (ubicado, pertinentemente, a escasos metros del hogar familiar). Pedro Frías Alejandro realizó esta obra en 1932; desde entonces cuenta con el cariño del pueblo chiclanero que, durante años, convivió con ella en la antigua plaza de Pizano. Para el viajero romántico del siglo XXI, la villa chiclanera ha de formar parte de la ruta del Romanticismo español… Es aquí, en Chiclana, donde quien hace turismo cultural y literario tiene la oportunidad de reencontrarse cara a cara con uno de los grandes mitos nacionales de la era romántica: Antonio García Gutiérrez.
En su repaso callejero por Chiclana titulado “Calles y plazas de Chiclana de la Frontera (Nomenclatura histórica desde 1700), Manuel Meléndez Butrón y Francisco Javier Yeste Sigüenza cuentan la historia de la calle García Gutiérrez, que ya existía a principios del siglo XVIII como parte de Las Albinas (y más tarde, Del Beneficiado). Es conocida también por los paisanos chiclaneros como calle Comedias, pues allí se encontraba la Casa Teatro de la Villa. Fue donde efectivamente nació el artista, en 1813. Un muchacho de familia humilde que abandonó sus estudios de medicina (no obstante, tendría oportunidad de aplicar alguno de estos conocimientos en su aventura mexicana). Que anhelaba versos, dramas y comedias, silencios y palabras.
No es la única distinción que la ciudad natal ha brindado al autor. A finales del siglo XIX ya se había colocado una lápida en su primer hogar. A posteriori, no han sido pocos los teatros y calles con las que la villa ha querido rendir honor a quien, por fin, regresó tardíamente como Hijo Predilecto en 1974. Cuando sus restos fueron trasladados desde la Sacramental de San Lorenzo al Panteón de los Hombres Ilustres de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles (en el cementerio de la Sacramental de San Justo, San Millán y Santa Cruz de Madrid). Fue el último reencuentro a todas luces simbólico con la ciudad que le vio nacer.
Reencuentro que no sería el único. Aragón Panés relata en su blog el singular episodio que se vivió ante el traslado de los restos entre el escritor y periodista chiclanero con quienes fueron grandes amigos suyos: Larra y Espronceda. “Los restos mortales de Larra y los de Espronceda fueron enterrados en 1902. Los de Antonio García Gutiérrez […] fueron inhumados en 1973 en el mismo nicho de Espronceda. Así, los tres escritores amigos, que no pudieron posar juntos en el gran lienzo de Esquivel, descansan, unidos para siempre, en un mismo panteón”.