"El levante era lo bueno. El poniente no queríamos ni verlo. Un poniente de dos o tres días y ni te cuento. Saltaba el poniente y todo el mundo se echaba a temblar del poco atún que entraba".
Manuela vivió en el poblado de Sancti Petri en los tiempos de la almadraba. Sus palabras se corresponden con uno de los muchos testimonios recogidos por el poeta Miguel Ángel García Argüez en "El pan y los peces. Sancti Petri en la memoria" (Ayuntamiento de Chiclana, 2001), libro que reconstruye el día a día de Sancti Petri en Chiclana de la Frontera, antes de su desmantelamiento y abandono.
El relato oral de sus antiguos habitantes retrotrae a la época en la que se desarrolló una de las industrias claves en la historia de Chiclana: la de la almadraba y la producción de conservas de pescado. Una industria que en realidad es muy anterior al siglo XX. Hay que remontarse a 1695 -tres siglos antes- cuando fueron instaladas las primeras chancas. Éstas eran depósitos utilizados para curar boquerones, caballas y otros peces, con la finalidad de ponerlos en conserva.
La almadraba, como arte pesquero, hundía sus raíces en la cultura musulmana y llegaba hasta la prehistoria misma. La Gadir fenicia ya pescaba atún, igualmente. Hablamos de una modalidad de pesca que en el oeste andaluz y atlántico ha gozado de larga tradición (desde Huelva hasta el Campo de Gibraltar, pasando por el propio Estrecho y las costas ceutíes).
Agustín de Horozco, historiador gaditano del siglo XVI, ya describe en sus relatos las almadrabas de Sancti Petri, pertenecientes a la Corona.
Otras fuentes citadas por García Argüez -un artículo de Dionisio Montero para el Entertainment Magazine, por ejemplo- afirma que a finales del siglo XVII, en el tránsito de la monarquía de los Austrias a la de los Borbones, Sancti Petri daba entrada y salida al intenso comercio chiclanero (donde abundaban comerciantes venidos de distintas partes del mundo, como el saboyano Raimundo de Lantery). En 1821 se reglamentó esta técnica de pesca, amén de la colocación de redes sin armazón fijo; redes que se extendían desde la Torre Bermeja a Sancti Petri (territorio conocido en esas épocas pretéritas como "La Barca").
La almadraba en el siglo XIX
En el último tercio del siglo XIX, sin embargo, se precipitó la creación del poblado atunero. Uno de los acontecimientos decisivos sería la instalación de una fábrica de conservas en 1880. La fábrica de los Curbera -con su chanca correspondiente para manufacturar el atún- o la de los italianos (considerablemente más grande) dieron lugar a primitivas casas para alojar a los trabajadores eventuales que por allí pasaban.

La actividad de las fábricas era estacional: solamente funcionaban en la temporada de pesca, unos meses. Si bien a principios del siglo XX comenzó su actividad una tercera chanca, "propiedad de un tal Fossi", escribe García Argüez.
Pero una cosa era la explotación de las fábricas; otra, la propiedad del suelo de la península. Según la Asociación Amigos de Sancti Petri, ésta era propiedad de la familia Cañizares, que fue troceando los territorios progresivamente hasta que el Consorcio Nacional Almadrabero en la Almadraba se hizo con todo, en 1929. Eran los tiempos de Primo de Rivera, y el sector atunero era estratégico en un momento de reformas económicas impulsadas por el Estado. Fue así como comenzaron las inversiones en la Almadraba Punta de Isla, que incluyeron viviendas para el personal que iba a trabajar de forma fija o temporal.
El poblado, en los años cuarenta
Sancti Petri empezó a formar parte de Chiclana -como pedanía- en 1942, con Rafael Rudolf Rivera como primer alcalde. Los años cuarenta configuraron el poblado como la pequeña ciudad en la que llegó a convertirse, levantada por el propio Consorcio (que contó, en muchos casos, con los propios almadraberos o trabajadores de la chanca para las obras de construcción). Empezaron a quedar atrás las míseras casas de lata. El chabolismo dio paso a unas infraestructuras formadas por viviendas, escuelas, una iglesia -la parroquia de Nuestra Señora del Carmen-, la plaza… Los lugareños contaban con economato, bar y cine para las compras y los momentos de esparcimiento. Esto incluía actividades deportivas (el campo del Club Deportivo Sancti Petri se había inaugurado tempranamente, un 16 de abril en 1933).
El nivel de vida de los almadraberos era sensiblemente más alto que el de la vecina Chiclana. En el caso de los trabajadores fijos -y a pesar de la dureza del trabajo en la mar-, tenían la oportunidad de salir adelante en años de auténtica escasez. El Consorcio ponía a su disposición casa, luz y agua, productos baratos. La escolarización de los niños era una realidad (aunque muchas niñas trabajasen como estibadoras desde cortas edades). En los años cincuenta, la población fija allí era de unas 650 personas (cantidad que se multiplicaba con la llegada de las familias que trabajaban en la captura de atún, eventualmente, durante la temporada veraniega: hasta 2.000 vecinos podían llegar a residir entonces en Sancti Petri).
Sancti Petri, lugar fantasmal
El fenómeno de la despoblación afecta a infinidad de pueblos y pedanías. Los cambios económicos y sociales, o la evolución demográfica, conducen al abandono parcial o total de determinadas localidades. Cuando no el mismo devenir histórico, como le ocurrió al pueblo de Belchite, por ejemplo. El viejo Belchite aragonés quedó literalmente arrasado durante la Guerra Civil, en 1937: del original solo quedan las ruinas. Sancti Petri, en el sur gaditano, no fue arrasado, sino dejado de la mano de Dios. Aunque permanece en el recuerdo de quienes allí vivieron y trabajaron.
De ahí que la cuestión de su recuperación tenga tal relevancia en Chiclana de la Frontera, la "población madre".
A finales de los sesenta, la pesca empezó a escasear. La mala gestión del Consorcio, que permaneció de espaldas al desarrollo tecnológico, hizo el resto. Punta de Isla se disolvió en 1973, liquidando la empresa en enero de aquel año por pérdidas superiores a los 200 millones de pesetas. Comenzó entonces una diáspora de los santipetreños que tuvo como consecuencia la dejadez del patrimonio de la isla, "un daño irreparable" en palabras de García Argüez, que también apunta al patrimonio etnológico: el de dos generaciones de isleños que, sin perspectivas laborales al cierre de la almadraba, tuvieron que exiliarse.
El suelo de Sancti Petri -enmarcado por un entorno natural fantástico- pasó, durante años, por una especie de limbo administrativo. Los terrenos habían sido expropiados por el Ministerio de Defensa en 1979, que lo utilizó como zona de entrenamiento militar durante un corto período de tiempo (su titularidad finalizó en 1993). A continuación, después de unos años de procesos judiciales donde antiguos habitantes reclamaban la propiedad de los terrenos, la Demarcación de Costas de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía tomó el testigo en 1997.
Rescate de Sancti Petri
Rescatar el antiguo poblado de Sancti Petri, lugar tan importante en la historia social y económica de Chiclana de la Frontera, es un asunto de gran calado histórico y emocional. En los últimos años, tras la convocatoria de un concurso de ideas, se aprobó un proyecto, el del Bosque Pesquero -presentado en 2013 por el estudio de arquitectura Bakpak-, de cara a remodelar Sancti Petri. La propuesta se basaba en rehabilitar el entorno del poblado para de esta manera devolver "el sentido a la península, reinterpretando los valores arquitectónicos y espaciales del pasado". La finalidad era y es convertir Sancti Petri en un punto de encuentro para los chiclaneros, además de transformar el enclave en un referente turístico provincial y nacional.
La previsión del proyecto es destinar un 17% del espacio del poblado para su edificación, manteniendo en activo edificaciones ya existentes como la capilla, las viviendas de los antiguos trabajadores temporales de la almadraba o una de las construcciones más populares del lugar (el torreón conocido como "Casa del Capitán", o los clubes náuticos y de pescadores). Otra de las intencionalidades es que el espacio sea lo más peatonal posible, sin barreras arquitectónicas. Los usos comerciales -enfocados a la venta de productos de mar- y culturales, son otras de las patas que posee la iniciativa, con miras hacia la idea de sostenibilidad ambiental de la zona.
El Bosque Pesquero es un proyecto que prevé infraestructuras hosteleras, así como un mirador -en el antiguo depósito-, una lonja pesquera, la plantación de un bosque de pinos en pleno corazón del viejo poblado marinero, y la mejora del pantanal de atraque en el caño Sancti Petri. En 2014, al artista Antoni Gabarre se fue hasta la península para pintar un mural donde los protagonistas absolutos eran los atunes: de esta manera bautizó su proyecto artístico, que hacía hincapié en el glorioso pasado del poblado de Sancti Petri. Un hermoso emplazamiento, inevitablemente ligado -para siempre- al mar, a la almadraba, a los atuneros.