“[…] Las cosas cambiaron de madrugada, cuando la vanguardia enemiga asomó por la retaguardia francesa, sobre el cerro del Puerco, viniendo hasta Torre Bermeja por el camino de Conil y por la arena dura de la playa que la bajamar dejaba al descubierto, mientras al otro lado de las Flechas los españoles volvían a tender el puente de barcas sobre el año y empezaban a cruzarlo. A mediodía, cogidos entre dos fuegos, cuatro mil hombres de la división Villatte se retiraron con mucho desorden hacia Chiclana…”
“El asedio”, Arturo Pérez- Reverte, 2010
Pérez-Reverte eligió la Guerra de la Independencia española y los tiempos constitucionales en Cádiz para situar la acción de “El asedio” (2010), una historia de corte policíaco y negro -con ramalazos de folletín y de novela de espionaje- que tiene como telón de fondo el sitio de las tropas napoleónicas que tuvo lugar en 1811 y 1812 (año en que se aprobó la Constitución de 1812). Los asesinatos de unas muchachas ponen a prueba la pericia del protagonista, un policía tan veterano como corrupto que se enfrenta a un caso en el que cada acción criminal es precedida por la caída de una bomba francesa (el ‘psycho’ de la época es particularmente cruel, puesto que mata a sus víctimas a latigazos). La galería de personajes que aparecen configura una ciudad equívoca y compleja, la más liberal de Europa, atravesada por conflictos muy distintos. Conflictos a los que la Torre Bermeja de Chiclana, citada en ese pasaje de la novela, asistió: muda, como su compañera de algunos metros más allá, la Torre del Puerco.
Conflictos bélicos, políticos… y policiales que este escritor, periodista y académico de Cartagena aprovechó para dar cuenta en la historia de “lo que fuimos y no somos”, o más bien de lo que podíamos haber sido. El asedio de aquellos “fanfarrones”, como rezaba aquel pasodoble, atraviesa un relato coral que, por su carácter histórico, pasa necesariamente por nuestra ciudad. Allí donde se retiró el mencionado Eugene Casimir Villatte, el general francés que se instaló con aquella 3ª división de infantería del 1er Cuerpo del Ejército Imperial (que reunía a un total de 6.391 hombres), un 12 de febrero de 1810. Aquellos soldados protagonizaron, al año siguiente -el 5 de marzo de 1811- un combate muy célebre: la Batalla de Chiclana o de la Barrosa.
La Batalla de Chiclana: La Torre Bermeja emerge sobre un acantilado que separa la playa de La Barrosa de la de Sancti Petri. En esta frontera se produjeron los choques entre la alianza anglo-española y la Francia de Napoleón, con la victoria de los primeros. Además de una acción bélica librada en nuestro término, hablamos de la “primera batalla importante de la campaña de 1811 en Andalucía, tal y como lo denomina Priego”, afirma Jaime Aragón Gómez en “Chiclana bajo el Gobierno de José Napoleón (1810-1812)” (2007). Había llegado un punto en el que los sitiados gaditanos no podían mantener una resistencia meramente pasiva: había que pasar a la acción.
Y la ocasión se les presentó aquel mes de marzo, gracias al espionaje, que trasladó a la misma ciudad de Chiclana la buena nueva, un mes antes. “Numerosas y potentes fuerzas aliadas habían desembarcado en Tarifa y se preparaban para venir sobre el ejército sitiador”, dice el relato de Miguel Aragón Fontenla y Pedro A. Quiñones Grimaldi, que recoge Aragón Gómez en su libro.
Torre vigía
Su condición de torre vigía nos retrotrae al siglo XVI, siglo en el que está datada una fortificación, eslabón del conjunto de centinelas de piedra situadas al borde del mar, desde Ayamonte hasta Gibraltar. Se trataba de construcciones imprescindibles para proteger la costa de asaltos piratas. La comunicación entre las distintas torres se realizaba a través de un sistema de humos: gracias a este lenguaje, unas a otras se prevenían ante cualquier presencia sospechosa en la costa. Cilíndrica, su altura de ocho metros hacía de ella una aliada muy valiosa a la hora de defender la villa de ataques e incursiones indeseables.
Cuenta Domingo Bohórquez en “Chiclana de la Frontera. Geografía, Historia, Urbanismo y Arte” (2011) que la villa de Chiclana, durante el siglo XVI, crecería demográficamente, una vez hubo adquirido la consideración de ciudad. El poder político y económico recayó en el Concejo, así como en la oligarquía poseedora de las tierras y los medios de producción. “Junto a ellos, el clero, artesanos y pequeños agricultores y jornaleros”, escribe Bohórquez, componían una sociedad que en la Edad Moderna se volcaría fundamentalmente en la agricultura y la pesca.
El núcleo se expandía, por aquel entonces, hasta lo que hoy se conoce como Plaza Mayor (allí se levantó la primitiva iglesia de San Juan Bautista, entre 1510 y 1538). Las Casas Consistoriales y la Cárcel Pública componían, igualmente, este paisaje urbano. El convento de San Martín, el hospital del mismo nombre, las ermitas de la Vera Cruz, Soledad y San Telmo… son también de este período.