Fotos e informacion de la Iglesia de Jesus Nazareno, el edificio mas representativo del Barroco en la provincia y Convento de Monjas de Clausura Agustinas
“¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son menester terceros para Vos! Con mirar vuestra persona, se ve luego que es sólo el que merecéis que os llamen Señor, según la majestad mostráis. No es menester gente de acompañamiento ni de guarda para que conozcan que sois Rey” (“Libro de la Vida”, Teresa de Jesús).
Josefa de Agustín, Isabel de Cristo, María de la Asunción, Ursula de la Madre de Dios y Lucía de la Santísima Trinidad eran sub-priora, sacristana, tornera, maestra de novicias y hermana de velo blanco, respectivamente. También eran religiosas y hermanas de Antonia de Jesús, a la que siguieron en el camino desde Granada hasta Chiclana. Cinco hermanas carnales, hijas de su madre -Josefa Jiménez Alfaro, que había tomado los hábitos después de que muriese su esposo, Francisco López de la Puerta- y religiosas del convento del Corpus Christi granadino que llevaron a cabo la fundación del convento de Jesús Nazareno en Chiclana de la Frontera, un 25 de diciembre de 1666. Lideraba el grupo la priora Antonia López Jiménez, más conocida como Antonia de Jesús. La lectura de Santa Teresa (de su “Libro de la Vida”, concretamente) fue lo que inspiró a Antonia, nacida en Pastrana (Guadalajara), un 24 de julio de 1612. Es el origen de la iglesia de Jesús Nazareno de Chiclana.
Construido entre 1670 y 1674, el templo es uno de los rincones imprescindibles del conjunto monumental en la bahía gaditana. Y es que en su época, “su influjo traspasó los muros del convento”, convirtiéndose en “foco de espiritualidad”. Así lo asegura Rafael Lazcano en su estudio acerca del legado literario de las agustinas en el siglo XVII, que incluye a Inés de la Cruz, Isabel de la Madre de Dios y Antonia de Jesús, quien se mantuvo en activo hasta los 75 años de edad y llevó a cabo su misión en distintas ciudades, llegando hasta Medina Sidonia, donde fundó otro convento en 1687 -dedicado en este caso a Jesús, María y José-. Murió en Chiclana, un 16 de junio de 1695. La religiosa, que siguió la estela de su gran referente teresiano, tenía 83 años.
El binomio convento-iglesia, como en el caso de Jesús Nazareno, se componía de residencia y templo propiamente dicho. Sin embargo, antes de entrar en detalles artísticos acerca de la muy barroca y chiclanera iglesia de Jesús Nazareno en Chiclana de la Frontera, hay que empezar hablando de la portada que da a la plaza del mismo nombre. Se trata de elementos que llaman poderosamente la atención de todo aquel que hace turismo por la villa gaditana que, siguiendo el rastro conventual que sobrevive en el resto de Andalucía, puede contemplar en este conjunto una muestra más de la sacralización del espacio urbano materializada durante los siglos del Barroco.
La fachada principal de la iglesia chiclanera, realizada con mármol de origen genovés, posee una entrada flanqueada por dos pares de columnas salomónicas -elemento identificador del barroquismo más manierista, predominante en portadas y retablos- con capiteles corintios en la parte superior y colocadas sobre un elevado pedestal. Entre ambas, sendas hornacinas alojan las imágenes de San Agustín y su madre, Santa Mónica. El remate de la obra, atribuida a los hermanos Andreoli, es un frontón partido y flanqueado por dos preciosos angelotes. En el centro, espléndido, se halla el gran protagonista: Jesús Nazareno, que muestra una disposición parecida a la del Divino Indiano venerado por la comunidad de monjas. Un relieve de la Santa Faz, por otro lado, destaca igualmente en el dintel de la entrada.
Hablamos de la clásica iglesia conventual -denominada “de cajón”- formada por una sola nave rectangular con capillas laterales, entre contrafuertes y testero plano (donde se inscribe una cruz latina). Dispone de coro alto y coro bajo. El primero, para uso exclusivo de las religiosas y abierto hacia el altar con amplia celosía, está situado entre la doble bóveda de los dos primeros tramos de los pies del templo. El segundo, localizado junto al altar, permanece cerrado con una amplia reja.
Resulta especialmente interesante, para los turistas amantes del Barroco, visitar la iglesia de Jesús Nazareno chiclanera. Su retablo mayor -realizado entre los siglos XVII y XVIII-, se caracteriza por la elegancia dorada de su composición, así como por su interesante programa iconográfico, plagado de interesantes piezas. La talla del Cristo de origen mexicano es una de sus obras artísticas más valiosas, si bien no la única.
Otro elemento que sobresale, obviamente, es la torre -en la esquina con la popular calle “Larga”-, que bebe de un barroquismo más popular y sencillo. Allí es donde se alojan las campanas, entre sobrias pilastras toscanas. El remate del conjunto consiste en una preciosa cúpula revestida de cerámica policromada.
Mecenas y protectores
Durante el Barroco, las distintas órdenes religiosas sembraron Andalucía de templos, capillas callejeras, ermitas y triunfos, sí; pero también de conventos y hospitales que consiguieron levantar con la complicidad de nobles y nuevos ricos. Las residencias solían constar de salas de trabajo, comedor, dormitorios, patios y huertas donde se cultivaban alimentos básicos, amén de cementerios. Los conventos solían ubicarse en el interior de las murallas, si bien a veces se levantaban extramuros, dando lugar a nuevos barrios. Así lo relata el monográfico del boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (nº 60, noviembre 2006), dedicado a los Itinerarios temáticos de la Andalucía barroca.
Chiclana no fue, ni mucho menos, una excepción. Se desarrolló la tendencia a ocupar grandes manzanas en las ciudades con la finalidad de edificar conjuntos religiosos e iglesias. Hizo falta financiación. Ahí entraban en juego los mecenas que, el caso de la iglesia de Jesús Nazareno, fueron Carlos Presenti Sena y Diego de Iparraguirre, ambos relacionados con las colonias genovesa y vasca que había asentadas en la capital gaditana, respectivamente. Convirtieron el convento “en un foco de culto religioso” que se movió “alrededor de la imagen de Jesús Nazareno de la Caída”, escribe Morgado García.
Fueron muy importantes las numerosas donaciones, aunque no necesariamente monetarias: también proporcionaron a la comunidad religiosa una cantidad considerable de objetos litúrgicos de gran valor (en el caso de Presenti Sena, sobre todo). Las madres agustinas tuvieron a bien agradecer la ayuda de sus beneficiarios, concediendo a éstos distintas capillas de la iglesia. A Iparraguirre le correspondió, por ejemplo, las del Arcángel San Miguel y Santos Ángeles.
Historia de un convento
Cuenta el historiador gaditano Arturo Morgado García en su libro “La Diócesis de Cádiz: de Trento a la Desamortización” (2008) que la intrépida Antonia de Jesús tuvo muy en cuenta el hecho de que la villa chiclanera fuera “lugar de asueto de la gente adinerada de Cádiz”. La idea era “comprometer a la burguesía comercial de la zona”, según Lazcano; cosa que consiguió de manera razonablemente rápida: convento e iglesia estuvieron listos en nueve años. En 1672, el conjunto ya contaba con una veintena de religiosas. En 1673 se consagró el altar mayor.
Logró el apoyo de Diego Vándalo de León, sargento mayor y miembro de una de las familias locales más sobresalientes: el militar se comprometió a costear con 400 ducados anuales las obras para adaptar la casa donada por el alférez mayor Juan Alonso de Molina para la fundación religiosa, en 1666. De entre las propiedades pertenecientes a Molina se eligió la mejor situada, en el barrio de San Alejandro; a su lado se encontraba, además, una ermita dedicada a Jesús Nazareno, que a la postre sería la iglesia del convento, daría nombre a la calle y a la plaza misma. La valiosa contribución de Vándalo de León le supuso la distinción de patrón del convento, que sin embargo rechazó antes de su muerte, según Domingo Bohórquez (autor de “La madre Antonia de Jesús”).
La vida eclesial se vio afectada, como no, por los acontecimientos históricos que sacudieron la vida de Chiclana en los siglos sucesivos. Soportó las turbulencias de los conflictos armados y guerras de la Edad Moderna, así como el proceso desamortizador del siglo XIX. En 1973, la comunidad regresó a la existencia conventual clásica de retiro y oración. Actualmente -y través del famoso torno-, las religiosas ponen a disposición de los visitantes sus deliciosas tortas de almendras que, junto con otros productos de repostería, dan fama al convento de la localidad.
Por lo demás, la iglesia es sede canónica de la Hermandad del Nazareno, que goza de gran popularidad en Chiclana. El Jueves Santo, sus titulares protagonizan uno de los grandes momentos de la Semana Santa. Los viajeros que pasan por Chiclana, o quienes se adentran en la villa para hacer turismo cultural, tienen una parada obligatoria al final de la calle Jesús Nazareno. Una vez en la puerta de la iglesia -en la antiguamente denominada Plaza de las Monjas-, entre tantos hermosos detalles de la fachada, hay uno muy especial: la granada que rinde homenaje a la fundadora de este monumento del barroco chiclanero. La hermana Antonia de Jesús. La que vino de Granada a Chiclana, siguiendo los pasos emprendedores de Santa Teresa.