“¡Glorioso San Sebastián!/ líbranos de peste y saña”. Con estos versos invocó al mártir atravesado por las flechas José Clemente Quintana, aristócrata navarro, en el siglo XVIII. Pero el culto a San Sebastián estaba unido en muchos pueblos a su protección contra la peste, al menos, desde el siglo XVI. Fue el escogido para interceder ante Dios en estas circunstancias. De ahí que se consagrara a esta advocación pequeños templos o ermitas localizadas -en muchos casos-, a las afueras de las ciudades. Esta tradición alcanzó las tierras de Chiclana, que tampoco se libró del mal en ese período. Brotaban por doquier procesiones, rogativas, rezos… Con la finalidad de lograr la abogacía del santo en situaciones calamitosas y trágicas que diezmaban la población.

Extramuros de la antigua ciudad de Chiclana de la Frontera, en un lugar de La Banda -cercano al río Iro, en su margen derecha; de hecho, su acceso más simbólico es el que está situado frente al río, a través de un atrio con fachada neogótica-. Allí se levantó la iglesia de San Sebastián. Ermita en su origen, su construcción a finales del siglo XVI se fijó en un lugar despoblado donde todavía no había llegado la villa misma. Así, en mitad de una nada, jugó un papel importantísimo en la primera mitad del siglo XVII: el siglo de la peste tuvo una ligazón estrecha con la historia de esta pequeña iglesia.

El historiador Domingo Bohórquez se refiere, en una de sus investigaciones, al testamento de un lugareño que, muy devoto, se había hecho cargo del templo hacia 1646, cuidándolo y dotándolo de objetos decorativos y para el culto, incluso (casullas, lámparas, cuadros, etcétera). La otrora ermita, que acabaría transformándose en diferentes etapas, es de planta rectangular y se organiza a partir de de una ancha nave central -cubierta por una bóveda de cañón apuntada-, así como en dos estrechas naves laterales. Una serie de arcos de medio punto, apoyados sobre pilares rectangulares enfrentados, las separan.

Actualmente, posee un retablo de estilo neogótico que se caracteriza por la sencillez. Lo preside el titular de la parroquia, San Sebastián. El itinerario de arte sacro de Chiclana de la Frontera pasa necesariamente por este barrio, el de San Sebastián, estrechamente unido a su iglesia. En el último tercio del siglo XVIII, hacia 1788, fue objeto de sucesivas reformas y restauraciones. Arquitectónicamente se empezó a concretar en un estilo neogótico que ya define sus elementos más característicos.

Un santo icónico

Iconográficamente, San Sebastián es uno de los santos más conocidos y reconocidos: la historia del arte se ha encargado de que, a lo largo de las épocas, acumule un número incontable de representaciones. Sebastián, guardia pretoriano, había nacido en una noble familia de Narbona (siglo III). Educado en Milán, llevaba su cristianismo en secreto (y eludía los sacrificios paganos). Al ser denunciado ante el emperador Diocleciano, fue obligado a elegir entre su condición de soldado o la fe. Escogió lo segundo. Condenado a morir bajo las flechas de la tropa, no sucumbió hasta el segundo intento del emperador por matarle. Los cristianos lo llevaron hasta la vía Apia, donde se encuentra la celebérrima catacumba bautizada con su nombre.

Hospital de Apestados

Fue en el lugar donde está la iglesia consagrada al santo, según reza en la “Breve historia de Chiclana” (2011) de José Luis Aragón Panés, donde se instaló el Hospital de Apestados en la que había sido casa del alcalde. Ocurrió en marzo de 1649, estando la población muy afectada por la epidemia de peste negra que asoló la ciudad. Un clérigo y un regidor del Concejo se encargaban de recoger limosnas para sufragar los gastos del hospital. Los vecinos eran los contribuyentes a la causa. Hubo que esperar a 1651 para declarar, por fin, que la guerra contra la terrible enfermedad había sido superada.

En este paraje desolado y escarpado, repleto de acantilados y cuevas, se refugiaban todos aquellos que pretendían escapar de la ley y la justicia. Maleantes y pendencieros transitaban por aquellas tierras, alejadas de lo que por entonces era la ciudad. Así lo cuentan Manuel Meléndez Butrón y Francisco Javier Yeste Sigüenza en “Calles y plazas de Chiclana de la Frontera (Nomenclatura histórica desde 1700)”. Es más, debido a poca urbanización del terreno, fue necesario facilitar el tránsito de una zona a otra mediante puentes que en un principio eran de madera. Ya en el siglo XVIII, los chiclaneros pudieron construir uno de piedra procedente de cantería.

El territorio fue poblándose, claro está: primero con residencias burguesas, en su mayoría de familias gaditanas pudientes. Luego llegaron las clases populares, los campesinos que cumplían con su faena en las viñas, “o a todo lo largo de la margen derecha del río”, según afirman Meléndez Butrón y Yeste Sigüenza en su libro. Pronto, el barrio de San Sebastián se convirtió en uno de los más populosos de Chiclana.

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