Sobre el cerro de Santa Ana, una blanca capilla, la Ermita de Santa Ana, domina toda la bahía de Cádiz desde Chiclana y es lugar de peregrinación y culto
Cuando Torcuato Cayón de la Vega -arquitecto responsable de la ermita de Santa Ana-, recibió la orden de construirla por parte de Antonio de Aguirre y Echenique (gobernador del castillo de Sancti Petri que contó con el patrocinio de los gaditanos Francisco de Paula y José Manjón), quizá no se imaginaba que el templete estaba llamado a convertirse en uno de los monumentos de Chiclana de la Frontera más icónicos y retratados. Y es que siempre emerge (sencilla, blanquísima, profundamente neoclásica), desde su atalaya. Santa Ana es mucho más que un lugar de culto: es una de las construcciones religiosas más significativas de la ciudad. Se trata de un mirador privilegiado desde el que divisar el Parque Natural de la Bahía de Cádiz. Así describió el paisaje Antonio Ponz, conocido como “el abate Ponz”, otro de nuestros viajeros e historiadores ilustrados:
“Subimos a una ermita dedicada a Santa Ana que está en un montecillo junto a Chiclana, y desde allí reconocimos perfectamente la costa donde empieza el Canal de Sancti Petri, y el Peñón (Promontorium Heracleum) y famoso sitio donde estuvo poco más o menos el Templo de Hércules” (Extracto de “Viage de España”, publicado 1772)

Ermita de Santa Ana
Lugar de peregrinación, de liturgia y culto -pero también de recreo y vida social-, la ermita de Santa Ana formó parte de la vida de chiclaneros y visitantes gaditanos. Las plácidas meriendas en sus alrededores eran costumbre entre quienes pasaban el cálido verano en las casas familiares… Al menos tanto como las excursiones a Medina Sidonia en calesa o los paseos por el campo que Pérez-Reverte retrata en “El asedio” (2010), novela histórica que nos sitúa en el Cádiz liberal de 1811, en plena Guerra de la Independencia. Con la posterior decadencia que se produjo después de la ocupación francesa, en una Chiclana saqueada y devastada por los invasores: con residencias de recreo convertidas en cuarteles improvisados.
El neoclasicismo hizo mella en todo el territorio gaditano, y Chiclana no se quedó atrás en este sentido. Dentro de este interesantísimo patrimonio, que centra el interés turístico por la villa -en su vertiente más cultural-, está la ermita de Santa Ana. Sin lugar a dudas, uno de sus máximos exponentes. Templo octogonal, presenta un pórtico anular sobre arcadas que recuerda -según el historiador del arte e investigador Alejandro Pérez Ordóñez– al de ermita de Eunate (en Navarra). Su vistosa cúpula es semiesférica; Pérez Ordóñez detecta en ella ecos de la impresionante Cúpula de la Roca de Jerusalén (si bien hay rastros de modelos bizantinos e hispanorromanos).
Obra de la segunda mitad del siglo XVIII (construida aproximadamente entre 1772 y 1774), de planta ochavada y rodeada de arcada, se erige a una altura tal que su visibilidad es posible desde cualquier punto de la comarca de la Janda. Es desde este punto geográfico de Chiclana de la Frontera donde se puede apreciar a la perfección su carácter de ciudad marinera: salinas, caños y marismas componen el lienzo natural. Eso sí, pese a la devoción que se tiene por Santa Ana, la patrona de la villa es en realidad la Virgen de los Remedios.
La madre de María
La advocación de Santa Ana está representada en la imagen que la ermita guarda en su seno, obra del escultor Domenico Giscardi y contemporánea de la propia ermita. Se trata de Santa Ana que, como madre de María que es, aparece acompañada de una figura de la Virgen Niña. El grupo escultórico, situado en una hornacina, muestra a una Santa Ana sedente que enseña a leer a la Virgen Niña, actitud habitual en la que se representa esta advocación (de hecho, la santa es patrona de las educadoras). La tradición que atribuye la paternidad de María a los galileos San Joaquín y Santa Ana -Hannah en hebreo significa “gracia”- viene del siglo II, concretamente de los Evangelios apócrifos. La Iglesia oriental lo introdujo cuatro siglos después; la occidental siguió idéntico camino en el siglo X, haciendo de ella una santa de gran popularidad.
Domenico Giscardi fue -junto con Francesco y Pietro Galleano, Antonio Molinari o Francesco Maria Maggio- uno de los artistas genoveses que trabajaron en la provincia Cádiz, que en algunos casos servía de lanzadera hacia las Indias. Giscardi se encontraba por aquí en los años setenta del siglo ilustrado, y dejó buenas muestras de su obra como representante de la Escuela Genovesa. Para la ermita de Santa Ana, su aportación fueron dos figuras cubiertas de un ropaje tallado, pesado y anguloso, realizadas en madera de cedro encarnada, policromada y estofada. Fue durante su restauración, a finales de 1991, cuando se descubrió precisamente la autoría de Giscardi (el escultor había tallado su nombre en la espalda de la santa).
La colina de Santa Ana
“Un monumento con vistas”, así puede describirse la ermita de Santa Ana, imprescindible en la ruta turística de Chiclana de la Frontera. José Luis Aragón Panés, en su “Breve historia de Chiclana” (2011), coloca a este precioso templete donde se merece: en un paisaje natural, una colina que el turista que tenga a bien venir a Chiclana puede subir con deleite, puesto que la vista que ofrece es excepcional. Los lugares de culto suelen tener un pasado que, en el caso del templo de la santa chiclanera, se remontan al siglo XVI. Concretamente a una pequeña ermita levantada junto al viejo molino de viento, precedente de la actual.
La singularidad del templete no escapó a los ojos de Joaquín García Icazbalceta, el viajero más joven que escribió sobre la Chiclana decimonónica (del que se tenga constancia, según Aragón Panés). Aquel pequeño mexicano, de apenas nueve años, quedó realmente impresionado con la vista de la capilla, derruida parcialmente en 1835 -después del paso de las tropas francesas-. Y anotó en su diario las siguientes apreciaciones: “[…] vimos la capilla medio arruinada que, aunque llena de piedras y escombros, hace ver que fue hermosa”.
El paisaje de Riedmayer
A nuestras tierras llegaban personajes como Nicolás de la Cruz y Bahamonde. Nacido en Talca (Chile), este aristócrata –primer conde Maule para más señas- era otro ‘bon vivant’ de la época: mecenas, coleccionista, viajero… Y personaje que también realizaría su contribución a la villa de Chiclana. Lo hizo con un lienzo. Pero no pintado por él, sino por Franz Xavier Riedmayer. Pintor alemán establecido en Cádiz desde muy joven (donde por cierto completó su formación), a Riedmayer se le atribuye este encargo del conde de Maule, titulado “El conde de Maule y el pintor Riedmayer ante un paisaje de Chiclana de la Frontera”.
Una vista de Chiclana coronada por la ermita de Santa Ana, en la que igualmente estaban representados el Antiguo y el Nuevo Régimen a través de diversos personajes: el autor y su mecenas, sí, además de otros elementos que simbolizaban los distintos estratos sociales (desde el clero a la aristocracia, pasando por las capas populares y la casta militar). Un cuadro de planteamiento bucólico, pero no exento de mensaje profundo, como se puede observar en el niño que acariciando al perro representaría al propio pueblo, su lealtad a las instituciones.
Peregrinación y visitas
Hacer turismo en Chiclana de la Frontera significa subir, en algún momento, el bello cerro que conduce hasta la ermita de Santa Ana. Desde 2008, gracias a un convenio firmado con el Obispado, el parque permanece abierto todos los días -exceptuando los domingos- para los visitantes de la villa (desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, si bien los sábados el horario se reduce hasta las dos de la tarde). El entorno de la ermita, así como sus accesos y senderos, mejoraron ostensiblemente.
La festividad de Santa Ana es el 26 de julio, fecha en la que culmina la tradicional romería de una santa muy querida por los chiclaneros. Es entonces cuando los fieles suben a la ermita para demostrar su devoción a Santa Ana, con una la celebración de la eucaristía en la explanada de la ermita. La víspera se produce la salida en procesión de la imagen que, rodeada por un rosario de antorchas, es trasladada hasta la iglesia de San Juan Bautista para la novena. Luego es devuelta a su casa, en la cima de la colina.