Caldo para el visitante con inquietudes y buen gusto, y del bueno. Es lo que son las bodegas de la Chiclana del siglo XIX. Las más céntricas, como las Bodegas San Sebastián, constituyen un atractivo para el turismo en Chiclana que presentan distintas aristas, todas ellas interesantes. Un interés gastronómico, por la posibilidad de probar algunas de las maravillas que se cocinan en nuestra tierra. Enológico, para el sabedor y conocedor de la cultura del vino -estamos en el Marco de Jerez-. Y, por qué no decirlo, también etnográfico: la vinculación a los modos de vida chiclaneros de hace más de un siglo está ahí. Desde los pioneros vitivinicultores a los trabajadores de la viña, y a un modo de hacer vino, de vivir la industria bodeguera, que es muy de Chiclana. Las rutas vinícolas son un reclamo cada vez mayor para aquellos que quieren conocer en profundidad parte de nuestro pasado y, esperamos, una buena porción de futuro.
El corazón de la ciudad alberga las Bodegas San Sebastián. Bodega tradicional fundada en 1887 por José Antonio Cabeza de Vaca Gallardo. Su antigüedad le reporta caché, así como su manera de unir tradición y artesanía en un negocio el del vino, tan vinculado a unas costumbres, unas formas de vivir que se fueron… Y han sido reemplazadas por otras maneras de relacionarnos los unos con los otros. El vino al que Baudelaire, el poeta maldito francés, cantó en sus versos (“El alma del vino”): “Porque siento una dicha inmensa cuando caigo/ en el gaznate de alguien a quien gasta el trabajo,/ y su cálido pecho es una dulce tumba/ donde yo me complazco más que en mis frías cavas”.
Finos, olorosos, moscateles
El triunvirato del vino en Chiclana no falta, tampoco, en estas bodegas de calle Mendaro (llamada así en honor al presbítero gaditano José Mendaro Renette), al final de la del Magistral Cabrera, la que termina en la Plaza del Retortillo. Pedro Leal fotografía en “Chiclana” (2004) una serie de botas chiclaneras, captando el juego de luces y sombras que existe entre ellas. Perseverantes, sobrias, mudas. Inspiran a Jesús Romero, que incita al carpe diem mientras se refiere a la quietud de las habitantes de las bodegas: “metáfora de la vida, un soplo, ‘cuán presto se va el placer’, que cantaba el poeta añejo y fresco, casi del día. Pero hay más años en la sombra paciente, esperando el momento luminoso, el instante”. Bodegas como la de San Sebastián.
El Fino La Barrosa dorado, punzante, suave merced a su crianza en flor es ligero y seco; hace buena pareja con mariscos de toda clase, así como con pescados y embutidos. El Moscatel de Pasas, por su parte, es un caldo dulce, de enorme densidad y color dorado oscuro (ideal para el momentopostre). Dulce y pálido, el Moscatel Blanco es un afrutado que gusta muchísimo. Por contra, Marian Cream Semidulce posee una graduación alta del 17%, y es oscuro; muy bueno para pegarse un aperitivo. El Oloroso Seco va bien con las carnes, mientras que el Amontillado Solera 1887 -cautivador- alterna con pescado y carne, sobre todo si es roja.
Otro vino bueno es el Moscatel Gran Reserva: denso, suave y dulce, hecho con pasas secadas al sol. Una maravilla. El Dulce Naranja es un mix de pasas brillante, color caoba, muy suave, de gran dulzor (cuando se toma con cáscaras de naranja es inconfundible e irresistible, por su sabor). Las visitas a la vetusta bodega van acompañadas de degustación. Es una oportunidad estupenda para conocer sus caldos, a saber: finos, olorosos, moscateles, amontillados… El despacho de vinos de Bodegas San Sebastián está abierto al público de lunes a sábado, en horario de mañana y de tarde.