“Bodegueros que encontraron en las fértiles tierras chiclaneras el mejor sustento para generar caldos únicos”, dieron lugar, con el paso del tiempo, a una herencia social (la de la uva). Así lo narra Jesús A. Cañas para La Voz Digital en este reportaje, titulado “La herencia social que vino de la uva”. Una tradición que, conjugada con la cercanía del entorno marismeño y las salinas, selló el carácter de nuestros vinos de Chiclana. Las Bodegas F.J. Ruiz han visto pasar el tiempo, como dice Cañas, y de la misma manera se han reinventado para alcanzar el siglo que nos ocupa con brío, “presumiendo de estar más vivas que nunca en tiempos renovados de culto a todo lo relacionado con la cultura vitivinícola”. Bodega joven -data de 1972-, la de F.J. Ruiz nació como un pasatiempo, un hobby de Diego Ruiz Aragón. Los vinos que vendía Ruiz Aragón eran procedentes de dos bodegas (la de José Marín Verdugo, conocido como Pepe Marín: el fundador de Muñecas Marín; y la de Juan Sánchez Macías).
Sin embargo, a veces la afición evoluciona hacia algo más serio. Pasó una generación. A partir de 1988, Fernando J. Ruiz -el hijo de Diego-, decidió darle un empuje comercial a la firma. Conservó los vinos, así como el nombre comercial con el que Marín había bautizado a sus soleras (Zahorí, famoso por haber denominado a una de las muñecas con las que se había hecho famoso internacionalmente). Hoy en día su producción aproximada alcanza los 25.000 litros. Además de la venta al público, propone visitas turísticas que incluyen degustaciones de productos típicos chiclaneros. Y es que la fermentación y maduración de los caldos es un auténtico proceso que merece la pena conocer.
Hablamos de una casa que suma ya la experiencia de cuatro generaciones de vinateros, orgullosos de lo que ellos describen como “fruto maduro del conocimiento obrero, del arte de la crianza del vino en soleras”. Una producción que miniaturizan para eventos diversos, con botellas personalizadas, expresamente dedicadas a quienes celebran con ellos sus eventos familiares (bodas, bautizos, etcétera).
El fino Zahorí
El Fino Zahorí es la estrella de la casa. Se trata de un fino para el que se utiliza la uva palomino, y es de alta graduación (hasta un 15%). Lo definen como vino generoso, fino de Chiclana diferente y de excelente calidad. Su historia, además, es curiosa. Pepe Marín, el fabricante de muñecas, lo estuvo produciendo como viticultor aficionado hasta 1965. Aquel año, Chiclana se inundó, después de un severo desbordamiento del río Iro. El desastre afectó a los cultivos, incluida la práctica totalidad de la solera de este fino. Diego Ruiz, el fundador de las Bodegas F.J. Ruiz, era entonces empleado de la bodega de Marín. ¿Y qué hizo Diego ante tal circunstancia? Aplicó los conocimientos adquiridos hasta fecha y, con suma paciencia, empezó desde cero: produciendo mosto para terminar creando lo que en la actualidad es la madre del Fino Zahorí. Se dice, incluso, que la nueva flor ha llegado a superar en calidad a la desaparecida con la riada.
¿Y a qué sabe el Zahorí cuando lo catamos? Quienes de esto saben hablan de un vino punzante, salino, perfumado, que trae recuerdos de flores blancas. El paladar es seco y fresco, muy expresivo, persistente, con aromas francos de levaduras de la solera. Sirve igualmente para la cocina: en este post de Cádiz Gusta sobre los vinos en la gastronomía chiclanera lo citan como complemento estupendo para guisos de pescados o verduras, un “comodín apañao”, vamos.
Otros vinos de la bodega son el amontillado Fino La Parra (de tipo suave, y alta graduación; 17%), así como el cream El Abuelo Fernando, una mezcla de uvas moscatel y palomino. Luego están los moscateles, orgullo de Chiclana, y de las Bodegas F.J. Ruiz en particular: Moscatel El Dorado, Moscatel El Viejo Dorado y Moscatel Gran Reserva.