En su libro “La Chiclana Reciente” (2014), Joaquín Muriano rememora los albores de la democracia. La democracia usurpada a la que -por fin- podían aspirar los españoles, una vez muerto el dictador Francisco Franco. A principios de los años ochenta, las clases escolares estaban atestadas -por fin, también habría que añadir- de niños y niñas que disfrutaban de la Educación General Básica (EGB). “Éramos felices”, apunta el político chiclanero, que se detiene en el intento de golpe de Estado que tuvo lugar el 23 de febrero de 1981. Ese día, a las 18,23 horas de la tarde, 200 guardias civiles liderados por el teniente coronel Antonio Tejero Molina entraron al Parlamento. “¡Quieto todo el mundo! ¡Al suelo” se ha convertido en una de las frases más célebres de la historia reciente en nuestro país. La sombra del oscurantismo, de la represión (del franquismo, en suma)… Se cernía sobre un sistema democrático que todavía andaba en pañales; el mismísimo presidente Adolfo Suárez, el 29 de enero de ese año, había advertido el día de su dimisión que esperaba que este sistema no fuese “un paréntesis en la historia de España”.
En ese momento, el llamado ruido de sables era más bien una espada de Damocles: el terrorismo de ETA y la fuerte crisis económica, las excusas que necesitaban los poderes fácticos -por lo general poco democráticos-, para tratar de subvertir un modelo de convivencia que se iba asentando con dificultad. “La democracia estaba siendo inventada mientras los terroristas mataban un día sí y otro no con el fin exclusivo de exasperar al ejército y provocar una dictadura militar”, escribe Antonio Muñoz Molina en “Todo lo que era sólido” (2013). Y efectivamente, así era. Las reformas emprendidas por Suárez -que abrieron las puertas a la actividad sindical de CC.OO. y UGT- o la legalización del Partido Comunista (materializada aquel Sábado Santo de abril de 1977) eran cuestiones que traían de cabeza a los milicos más recalcitrantes.
¿Y cómo se vivió el 23-F en Chiclana de la Frontera? Muriano, delegado de Urbanismo de 2004 a 2007 en nuestro Ayuntamiento, exconcejal socialista y arquitecto, se refiere en sus memorias de la ciudad a “un par de vecinos armados con escopetas de caza” que se personaron en el cuartel de la benemérita para ponerse a disposición del comandante. “Para lo que hiciera falta”, rememora. Está claro que quienes añoraban el statu quo anterior, al menos de forma manifiesta, vieron en la intentona golpista una posibilidad de volver a lo que había. Sin embargo, por fortuna, tenían poco que hacer: “el guardia civil, con gran sentido común, los mandó a casa. Al día siguiente no hubo clase, y recuerdo que en la tele pusieron una película de un lechero-boxeador”. Antes, a la una y cuarto de la madrugada, lo que se estaba viendo en la televisión española era el discurso del rey Juan Carlos I.
Un país en construcción
Aquella fue una época en la que el país estaba en construcción. Más allá de la reconstrucción -tan propia del período de posguerra-, era crucial levantar un territorio que administrativamente tenía pendiente el desarrollo territorial de autonomías y municipios. El aparato estatal de Franco se había caracterizado por su centralismo, por la imposición patriótica y por una educación nacional-católica como armazón ideológico de lo que los franquistas llamaban “reserva espiritual de Occidente”. Con el Valle de los Caídos como monumento fascista fundamental, erigido con sangre, sudor y lágrimas por presos políticos republicanos (mausoleo de Franco y José Antonio Primo de Rivera). Volviendo a la Transición, lo cierto es que se trataba de una empresa difícil. La cronología de los acontecimientos coloca el estertor de Franco -el 20 de noviembre de 1975- y la aprobación, el 6 de diciembre, de la Constitución de 1978, como hechos cruciales (amén de otros episodios, como el asesinato de Carrero Blanco a manos de ETA o los Pactos de la Moncloa, que en octubre de 1977 posibilitaron la consolidación del tránsito político y económico democrático).
Sin embargo, una vez aprobada la Carta Magna por referéndum popular, y después de las primeras elecciones generales libres (celebradas en junio de 1977), vendrían nuevas convocatorias electorales: las generales de 1979 (en las que se impuso Suárez, de Unión de Centro Democrático), y las de 1982 (con las que arrancó el período socialista, la era de Felipe González y del Partido Socialista Obrero Español).
“En 1977, en 1979, en 1982, había habido elecciones generales; en 1979 y 1983 las elecciones municipales llenaron los ayuntamientos de alcaldes y concejales de izquierdas. Ya no se recuerda en qué medida y a qué velocidad todo tenía que ser improvisado. Había que encontrar candidatos para millares de listas electorales. Había que organizar partidos políticos casi de la nada. Había que buscar gente más o menos capaz que pudiera hacerse cargo de la variedad innumerable de tareas mayores o menores que componen el empeño formidable de transformar un país”, rememora Muñoz Molina.
El poder municipal
El municipalismo estaba arrancando. Y era necesario, puesto que muchas eran las demandas básicas de los pueblos -en relación con infraestructuras y servicios de los que carecían-. Éstas habían sido verbalizadas por los movimientos vecinales y colectivos profesionales, muy reivindicativos en la Transición (hasta que la normalidad democrática se impuso y los cauces institucionales de participación pública comenzaron a funcionar). En plena dictadura, y dado el crecimiento urbanístico desordenado de los años setenta, se habían acumulado una serie de problemas urbanos en las ciudades españolas. Déficits de equipamiento que iban a ser recogidos por los nuevos ayuntamientos, lo que hizo que pronto el urbanismo fuese el tema estrella de los programas electorales, afirma Victoriano Sainz Gutiérrez en su estudio “El proyecto urbano en España: génesis y desarrollo de un urbanismo de los arquitectos” (2006). Hasta hoy.
El papel de los ayuntamientos, durante la Transición, fue mucho más relevante de lo que se presupone, “en tanto que fueron los encargados de extender y consolidar -desde el plano institucional- la democracia en los pueblos y ciudades, convirtiéndola en una realidad dentro del marco más básico de convivencia”, afirma la investigadora Mónica Fernández Amador, de la Universidad de Almería. Señala también que las elecciones de 1983 marcaron “el final del definitivo de tránsito desde la dictadura, cerrando el ciclo abierto a nivel estatal”, así como que en ambas convocatorias -1979 y 1983- “el comportamiento del electorado contribuyó a la configuración definitiva del sistema de partidos actualmente vigente”.
Primer gobierno democrático
Chiclana sobrepasaba los 35.000 habitantes en 1978, un año antes de los primeros comicios locales libres (desde la Segunda República). La decisión de los chiclaneros, por contra, no fue precisamente progresista: el primer alcalde democrático de la ciudad, pasados tantos años, sería un viejo conocido de la villa. Agustín Herrero Muñoz (1916-1997) regresaba al consistorio, donde había ejercido el mando en el bienio 1968-1970: es decir, casi una década antes. José Luis Aragón Panés, en su “Breve historia de Chiclana” (2011), se refiere a Herrero Muñoz como alcalde expedientado en la dictadura. Lo cierto es que se presentó como Independiente -aquella lista estaba “apolítica”, no asociada a sigla alguna pero compuesta por personas asociadas al régimen anterior-, pero solamente obtuvo ocho concejales de los 21 posibles.
Fueron necesarios los pactos. Una vez que comenzó a concentrarse el electorado en torno a dos fuerzas mayoritarias, la cultura del pacto empezó a contener connotaciones peyorativas; el “pactismo” iba a ser rechazado de plano por los grandes partidos. No obstante, en el período de la Transición, los pactos fueron frecuentes, y a nivel municipal funcionaron igualmente. Ocurrió en el Ayuntamiento chiclanero donde, además de dar entrada a las mujeres (Mercedes González Moreno, del Partido de los Trabajadores de Andalucía, salió elegida concejala), tanto los independientes como los que engrosaban el resto de las siglas se pusieron de acuerdo para gobernar el municipio. “Una Corporación sin experiencia y con ganas de cambiar Chiclana”: así tituló F. Melero esta pieza del Diario de Cádiz, donde se conmemoraba el trigésimo aniversario de los ayuntamientos democráticos.
Las elecciones de 1979 supusieron un antes y un después en la vida de Chiclana de la Frontera (y en la de los municipios de toda España). Herrero Muñoz cogió las riendas de un Ayuntamiento en el que había tres concejales del PCE (el alcaldable, en esta ocasión, sería Andrés Sánchez). El socialista Pedro Quiñones afirma, según Melero, que se produjo un acuerdo tácito de gobierno que suponía un reparto de las responsabilidades municipales. No hay más que ver las tenencias de alcaldía: cuatro para los Independientes, dos para el PSOE y una última para dos ediles de la UCD. Ello no impidió que se produjeran, igualmente, renuncias y sustituciones, una vez comenzada la legislatura.
Figuras políticas chiclaneras
El bosquejo biográfico que Joaquín Muriano realiza de Agustín Herrero Muñoz en este artículo habla con cierto cariño del alcalde: “alguien con oficio, algún amante de la historia, debería investigar sus orígenes, cómo su familia fue represaliada por ser de izquierdas, cómo se escapó de España cuando estudiaba en Madrid, cómo volvió para intentar sacar a sus familiares de la cárcel, cómo se refugió en el ejército y llegó a capitán de la legión… No fue una vida aburrida la de Don Agustín”. Destaca su actuación durante la riada de 1965 (cuentan las crónicas que, desde su barca, rescató a mucha gente), así como su enfado ante la expropiación militar del poblado de Sancti-Petri (a la que se opuso con todas sus fuerzas, siendo alcalde durante el régimen franquista). Harto conocido por el pueblo chiclanero, éste le votó cuando tuvo oportunidad de hacerlo: lo cual no quitaba que el regidor, hijo de sus tiempos, se mostrase en ocasiones autoritario.
Otras figuras conocidas de la vida política de Chiclana estaban en aquella foto de familia: como José de Mier Guerra (entonces candidato de la UCD, luego en el PSOE). Éste se convertiría, en octubre de 1986, en alcalde de la ciudad; sostuvo el bastón de mando durante dos legislaturas seguidas, hasta 1994. Los socialistas, liderados entonces por Quiñones, obtuvieron los segundos mejores resultados (seis ediles consiguieron); habrían de esperar a la siguiente convocatoria electoral -en 1983- para iniciar una etapa que duró hasta 2007, y en la que sucesivos regidores ocuparon el cargo: Sebastián Saucedo Moreno, el citado José de Mier, Manuel Jiménez Barrios (Chiqui) y José María Román. De hecho, hasta 2015 -y con la salvedad de los dos períodos en los ha gobernado Ernesto Marín, del Partido Popular; de 2007 a 2008, y de 2011 a 2015-, el predominio del PSOE ha sido absoluto en Chiclana.