standard-title La Primera República y la restauración borbónica Historia de Chiclana centrada en la Primera República y la restauración Borbónica: alcaldes, sucesos,... El Sexenio democrático en Chiclana

La Primera República y la restauración borbónica

Historia de Chiclana centrada en la Primera República y la restauración Borbónica: alcaldes, sucesos,... El Sexenio democrático en Chiclana

“La república se ha muerto/ y la yeban a enterrar:/ en er panteón no cabe/ la gente que ba detrás” (Copla popular gaditana)

La Primera República española en Chiclana fue aclamada un 12 de febrero de 1873. Munícipes y pueblo llano entonaron vivas republicanos al conocer la noticia de la abdicación real, que había tenido lugar la víspera. Se despedía a Amadeo de Saboya, y se daba la bienvenida al que sería primer período republicano en la historia de España. El Cabildo chiclanero lo celebró por todo lo alto, con manifestaciones por las calles de la villa. Cierto era que el cambio en el modelo de Estado aparecía como nuevo amanecer en un país que había entrado en una espiral de decadentismo permanente; era necesaria la estabilidad que ni los sucesivos gobiernos, ni la Monarquía personalizada en Isabel II o en Amadeo I habían alcanzado. Sin embargo, una vez más, España se interpuso a sí misma en su camino. Cada partido o grupo político tenía su personal e intransferible concepto republicano, de manera que el acuerdo fue pronto dinamitado por todos.

Apenas cinco meses después, siendo el almeriense Nicolás Salmerón -sustituto de Francisco Pi y Margall presidente, la facción federalista llamó a la sublevación para imponer el modelo cantonalista. Es más, proclamaron la llamada “república cantonal”, es decir, la versión maximalista de los demócratas más extremos (“intransigentes”), frente a los denominados “benévolos” o moderados. Pronto se produjeron los primeros alzamientos cantonalistas en Levante y Andalucía, focos principales de la rebelión. Entretanto, un culto y esforzado Salmerón trataba de imponer el orden y hacer respetar la ley. Los disturbios en las calles y las amenazas golpistas del Ejército no ponían las cosas precisamente fáciles al presidente, que se negó a firmar penas de muerte (lo que le obligó a dejar el poder, cediendo el testigo a Emilio Castelar).

Chiclana cantonalista

La geografía del movimiento cantonal es fundamentalmente sureña y levantina; su recorrido histórico abarca las ciudades mediterráneas y tiene su frontera en la costa atlántica gaditana (con algunos ejemplos en el interior peninsular; tal es el caso de Salamanca o Ávila). Los cantones administraban el poder organizados en Comités de Salud Pública -una institución muy jacobina, por cierto-. El cantón independiente de Cádiz se proclamó en julio. El presidente del Comité, Fermín Salvochea, deseaba que los municipios gaditanos se unieran al movimiento; de esta manera, el Cabildo de Chiclana fue sustituido por el Comité de Salud Pública de la villa, creado por los demócratas “intransigentes” de la localidad, que presionaron al Cabildo para aceptar la proposición cantonalista y a posteriori disolver el Cabildo.

Los telegramas desde Cádiz se sucedían uno tras otro: instando a ir en ayuda de los compañeros de San Fernando, solicitando ayuda (en forma de víveres, pólvora, hombres)… Mientras, Ramón Bochak presidía el Comité chiclanero, formado por los siguientes hombres: Meléndez Chávez (vicepresidente), así como los vocales Andrés Periñán Delgado, José Reyes Periñán, Diego Periñán Cabezas, Joaquín Ruiz Bello, José Fernández Ríos, José Guzmán Celis, Manuel Trova Reyes, Sebastián Benítez Trujillo, José Guerrero Amaya, José Muñoz Saucedo, Diego Caucín Cano, Diego Barberá Benítez, José López Pané y Joaquín Galindo Tocino.

La vida de la República federal fue, no obstante, efímera. El general Pavía -que había combatido a los carlistas en Navarra- tomó el control de la provincia gaditana, incluida Chiclana; de ahí la coplilla que encabeza este artículo (con la que los flamencos ilustraban una situación post-cantonalista, más bien delicada para aquellos que habían tomado parte en la aventura). El Golpe de Pavía dio paso al régimen del general Serrano, o prolegómeno de la vuelta de los Borbones a nuestro país.

La Primera República española, enmarcada dentro del llamado Sexenio Democrático (desde la Revolución de 1868 hasta el pronunciamiento del general Martínez Campos y la Restauración borbónica), fue altamente efímera. En diciembre de 1974, la sublevación militar en Sagunto trajo consigo el regreso de los Borbones: fue el hijo varón de Isabel II, Alfonso XII, quien volvería a reinar España.

La Restauración borbónica

Con Alfonso XII en el trono, Chiclana alcanzó el estatus -definitivo- de ciudad. La villa recibió su diploma en un período de restauración monárquica donde se produjo cierto crecimiento económico; también cultural. Tres pintores nacidos en Chiclana desarrollaron carreras de éxito: Sebastián Gessa Arias (1840-1920) -el llamado “pintor de las flores”, Juan Antonio González Jiménez (1842-1920) y Eduardo Vasallo Dorronzoro (1868-1932). Fue una etapa luminosa para nuestra ciudad. El siglo XIX entraba en su último tramo, y se respiraba cierta tranquilidad después de décadas de invasiones, guerras, insurrecciones y enfrentamientos. Este ‘fin de siècle’ resultó ser muy positivo para una ciudad necesitada de oportunidades.

La situación socio-económica de Chiclana de la Frontera había mejorado ostensiblemente. En relación con la economía, tuvo mucho que ver el auge bodeguero y viñatero (los vinos chiclaneros, exportados a Flandes y América, gozaban de gran reputación). Riqueza de un sector que influía directamente en el aumento de los puestos de trabajo y en la calidad de vida de la gente. Lo demás venía aparejado, incluidas nuevas infraestructuras y mayor demografía: 11.692 habitantes en 1877. Un año antes, el monarca le había concedido el título de ciudad a Chiclana vía Real Decreto -el 8 de agosto-, en consideración a la importancia que había adquirido por el aumento de población, y por “el desarrollo de su industria y comercio vitivinícola”.

Leopoldo de Alba Salcedo (1843-1913), nacido en Vejer de la Frontera, tenía con Chiclana una relación más que especial. Con residencia y bodega en la villa, se podía decir que era su segunda casa. Así, hizo campaña por la concesión del título de ciudad a la villa, dada su condición de diputado en las Cortes. Tal honor fue muy celebrado por todos, empezando por el propio Cabildo y por el alcalde, Francisco Manjón.

La ciudad de Chiclana

Fueron tiempos prósperos, con la viña como protagonista. Chiclana superó las 3.400 hectáreas de viñedo en un período de no poco optimismo. La industria del vino crecía: ya había más de medio centenar de bodegas, amén de 109 cosecheros de vinos y mostos, seis fabricantes de aguardientes y 14 almacenistas de vinos. La Colonia Vitivinícola de Campano -obra del marqués de Bertemati, Manuel Bertemati Pareja (1852-1935)– fue un hito en el sector, y se benefició de la Ley de Población Rural de 1868. Precedente del cooperativismo chiclanero en la producción de vino, comenzó su actividad en 1884, atrayendo a un millar de personas. Parece que el marqués estaba interesado en introducir mejoras técnicas en la producción (estamos en la era de la máquina de vapor), al tiempo que se preocupó por ofrecer unas condiciones dignas para trabajar la tierra.

Los colonos podían acceder a una casa, así como disfrutar de médico, escuela; tenían su iglesia. La producción, por lo demás, alcanzó una considerable calidad en poco tiempo. En 1895, el tinto Rouge Royal obtuvo una medalla de oro en la XIII Exposición Universal Vitivinícola de Burdeos. A principios de la década de los noventa, sin embargo, un fenómeno preocupante había llegado a nuestro país: la plaga de la filoxera. A principios del siglo XX, la prosperidad experimentó una brusca interrupción. La filoxera se cebó con el campo y con los jornaleros más pobres.

Éstos se vieron obligados a buscar alternativas, que en muchos casos vinieron en forma de cultivo, pero un cultivo distinto: el de sal. La extracción de sal en las marismas -actividad antigua y típica de la bahía gaditana que en el siglo XIX había experimentado cierta progresión técnica- fue el salvavidas para muchos chiclaneros que vivían en la miseria. La Ley de Minas de 1869 liberalizó gran parte de los cultivos en las marismas (al poner en venta las salinas del Estado). En la década de los setenta decimonónica, la villa poseía alrededor de 40 explotaciones salineras, según Aragón Panés.

Por otro lado, se hizo la luz en Chiclana. El alumbrado público eléctrico sustituyó al antiguo (basado en aceite de cachalote y petróleo); José María Quecuty Aragón, alcalde en 1898, se encargó de inaugurar el servicio.

Fin de siglo

Su familia vivía en la calle del Marqués -hoy en día, Hormaza-. Enrique de las Morenas Fossi (1855-1898), comandante a título póstumo, nació chiclanero, pero ha pasado a la historia de nuestro país como uno de “los últimos de Filipinas”. Enrique de las Morenas lideraba el destacamento de la iglesia de Baler, un pequeño pueblo situado en el este de la principal isla del archipiélago, Luzón. Los 33 supervivientes del sitio de Baler fueron homenajeados a posteriori. Enrique de las Morenas, sin embargo, falleció de beriberi un 22 de noviembre de 1898.

Los militares españoles no estaban al corriente de que Filipinas había dejado de ser colonia nacional tras la firma del Tratado de París, el 10 de diciembre de aquel año (armisticio que ponía punto y final a la Guerra hispano-estadounidense). Capitán retirado cuando estalló el conflicto, pidió su incorporación voluntaria para defender la plaza de Baler, de donde jamás volvió. Este capítulo histórico inspiró “Los últimos de Filipinas” (1945), película dirigida por Antonio Román.

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