standard-title Las Invasiones moriscas La Chiclana de la época morisca: el rastro andalusí hasta el siglo XV en sus fortificaciones, cerámicas y graneros

Las Invasiones moriscas

La Chiclana de la época morisca: el rastro andalusí hasta el siglo XV en sus fortificaciones, cerámicas y graneros

“Ya en manos de una urgente, imprevisible llamada al tema, creo que revivir en poemas de hoy algo de lo que fue la Andalucía y la España árabes pide un promiscuo coro de voces vivas y que todo valga: aventurar un Ben Zaydun posterior al Zaydun-Enamorado del que sabemos, remodelar o inventar textos antiguos, desplazar al pasado vivencias personales y cosas de estos días o bien importar de él las palabras de un barquero en asuntos desconocidos, de un alcalde obsesivo, de unos pescadores amarrados a un mar que no quieren y a unas ruinas de las que nada saben. Como postulaba Kavafis, esto es poesía e historia juntas; sus presupuestos temáticos y emotivos parten de una base real. Pero todo, dato histórico o creación pura, personas, ciudades, circunstancias, tiempos, va a moverse aquí con arreglo al vértigo y a los confusos signos de relación que la vida propuso entonces y propone ahora.

A fin de cuentas no hemos cambiado tanto”

(“Las crónicas de al-Andalus”, Fernando Quiñones, 1970)

Las notas preliminares de “Las crónicas de al-Andalus” -uno de los famosos volúmenes de la serie poética de Fernando Quiñones, publicado en los setenta- permiten al poeta de Chiclana hacer una declaración de intenciones con respecto a un libro en el que fábula e historia, pasado y presente, se mezclan. Traer estas palabras a colación cuando se habla de las invasiones moriscas en Chiclana de la Frontera tiene su sentido, sobre todo cuando tratamos de abordar una presencia islámica en nuestra villa manifiestamente probada, si bien no tan documentada. Los asentamientos islámicos de La Mesa han testimoniado un pasado del que hay escasas noticias todavía. El yacimiento del Cerro del Castillo es un exponente del transcurrir de los siglos en un enclave que, por su altura y proximidad al río Iro, fue poblado por distintas comunidades humanas: posiblemente desde el final de la Edad del Bronce e inicios de la Edad del Hierro (siglo VIII-VII a. C.), con la llegada de los colonos fenicios, pasando por las ocupaciones del siglo V en adelante… Hasta alcanzar el siglo XIII almohade. Guerreros norteafricanos que constituyeron una comunidad agrícola; los contenedores de grano para guardar excedentes son prueba de ello.

A partir de 1262, Alfonso X se afianzó en el sur gaditano, consciente de la importancia de Cádiz como ciudad portuaria. En los albores del siglo XIV comenzó la defensa cristiana y repoblación de la futura Chiclana, liderada Alonso Pérez de Guzmán (apodado Guzmán El Bueno, fundador de la casa de Medina Sidonia). Pero entonces, ¿qué sucedió en nuestra villa desde el fin de la ocupación romana hasta los tiempos de Fernando IV? “La falta de vestigios arqueológicos y documentos provoca un gran vacío histórico en torno a este primer período de la época medieval. Los únicos restos encontrados son los del poblamiento islámico de La Mesa y los del Cerro del Castillo del Lirio”, dice José Luis Aragón Panés en su “Breve historia de Chiclana” (2011).

El año 476 d. C. supone el final del Imperio romano de Occidente. Odoacro, un caudillo bárbaro, destituye al joven emperador Rómulo Augusto y asalta el poder en Rávena (a la sazón, capital imperial desde hacía unas décadas). Antes, en la primera década del siglo V, el visigodo Alarico y sus tropas habían saqueado Roma, causando una gran conmoción en todo el Imperio, que empezaba a vivir su estertor. Es también el ocaso del mundo antiguo y el tránsito hacia ese período histórico cuya larga acotación lo convierte en una era donde abundan los contrastes: y es que la Edad Media abarca demasiados siglos.

Aragón Panés se refiere a la ocupación de Andalucía por parte de vándalos, alanos y visigodos en el siglo V. Estos últimos cayeron ante los guerreros árabes del norte de África en la laguna de la Janda… Dando paso así a un nuevo tiempo “de pactos y acuerdos entre conquistadores y notables o concejos de  las antiguas aldeas y villas hispanovisigodas”, escribe el autor chiclanero. Los grupos árabes y bereberes comenzaron su invasión a principios del siglo VIII, dedicándose a formar nuevas poblaciones y organizando los distintos territorios, introduciendo transformaciones sociales, culturales y económicas. El Califato de Córdoba se instauró en el siglo X con el omeya Abd al-Rahman III (tras las etapas dependientes de Damasco y los emiratos independientes); le siguió la fitna -período de inestabilidad y guerra civil- que terminó en los reinos de taifas y el Reino nazarí de Granada. El dominio almohade se produjo a partir del siglo XIII.

El rastro andalusí

El texto de la exposición “Los castillos de al-Andalus” abarcaba todo este período -hasta el siglo XV, con el fin de las invasiones moriscas-. En 2010 pudo verse en la Casa de la Cultura de Chiclana. Organizada por la Obra Social la Caixa, la muestra se componía principalmente de maquetas, escenografías y reproducciones científicas de obras de arte y objetos que pretendían documentar los métodos de construcción usados por los árabes; amén de incidir en el valor estratégico y militar de fortificaciones que en muchos casos eran preexistentes, como veremos más adelante en el caso del Islote de Sancti Petri (donde supuestamente se levantó uno de los templos más importante de la Antigüedad, el de Melkart, o templo de Hércules).

Almorávides primero y almohades después, propiciaron importantes cambios culturales y tecnológicos en al-Andalus, entre los siglos XII y XIII. En los restos de cerámicas hallados en yacimientos arqueológicos es posible acercarse un poco a las costumbres de aquellos grandes imperios islámicos. El almorávide, procedente de una tribu guerrera del Atlas y dominante en la España árabe desde 1093 hasta 1148; y el almohade, rival del primero y formado por seguidores de Ibn Tumart (caudillo que instó a la fanatización de las tribus africanas occidentales en el siglo XII).

En 1146, el almirante almorávide Ali Ibn Isa Ibn Maymun se unió a los almohades -que extenderían sus dominios desde Marrakech hasta los reinos de al-Andalus-, de ahí que la provincia gaditana fuese la primera ciudad andalusí integrada en el nuevo imperio (Maymun conservó cierta independencia durante un tiempo).

El “Faro” de los árabes

En su libro “El templo de Hércules gaditano: realidad y leyenda” (2005), Leonor de Bock Cano dedica un capítulo al antiguo templo de Melkart -que habría ocupado el Islote de Sancti Petri- bajo la mirada de los autores árabes medievales que escribieron sobre un monumento considerado “faro” o “almenara”; en algunos casos (y según algunas traducciones “seguramente erróneas”, apunta De Bock), se habrían referido al templo que construyera Hércules, “a cuya venida hasta el territorio de al-Andalus se hacen diversas referencias”. “Templo de Cádiz” sería otra de las denominaciones de un santuario que, partiendo de estas fuentes, no estaría necesariamente identificado con el Heracleion; hay autores que identifican la torre o faro que documentan los árabes como un monumento conmemorativo levantado en el siglo II d. C.

La investigadora pone como ejemplo a Ben Hayyan -historiador cordobés del siglo XI- que, inspirado por Ahmad Al-Razi (otro historiador y geógrafo), escribió sobre el templo gaditano que el emir Muhammad I (siglo IX) había querido destruir “para apoderarse de los tesoros que se suponían allí encerrados. Habiendo llegado al pie del templo en una cacería, hizo formar contra el muro un inmenso montón de leña, al que prendió fuego; pero perdió el tiempo y, además, el incendio devastó sus propios reales”. La torre sería destruida tres siglos después, finalmente, a manos de Bell-Maimun. Aquella torre estaba sujeta a creencias como la que decía que el ídolo que la coronaba ejercía sobre el mar una especie de sortilegio.

Contemporáneo de Bell-Maimun -y posiblemente almeriense- Al-Zuhri ofrece más detalles arquitectónicos del templo, construido a base de piedra ostionera gaditana, y se refiere a su carpintería sólida o al embovedado de columnas de cobre rojo. Su testimonio “se impone como el de mayor entidad, sobre todo por la contemporaneidad del autor respecto a algunos de los sucesos que narra, y por el hecho de que transitó personalmente por las regiones que describe, si damos crédito a sus afirmaciones”, escribe la helenista.

Existe un diccionario geográfico árabe (“Kitab Al-Rawd Al-Mitar”), citado por De Bock, cuyo autor es Ben Abd al-Munim al-Himyari (siglo XIV) que habla explícitamente del templo de Hércules como del más sorprendente de los restos antiguos que hay en la Península: “[…] un alto e importante edificio coronado de una torre, en cuya cima colocó una estatua de su propia efigie, vaciada en bronce. Esta estatua, que miraba a Occidente, representaba un personaje envuelto en un abrigo, que le cubría desde los hombros hasta media pierna y en el que estaba arropado. En su mano izquierda sostenía una llave de hierro, tendida en dirección a poniente; y en la mano derecha una tablilla de plomo grabada, que contenía el relato de su propia historia”.

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