“Artículo 1. España es una República de trabajadores de toda clase, que se organizan en régimen de Libertad y de Justicia. Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo. (…)
La bandera de la República española es roja, amarilla y morada”
(Constitución de 1931, Título Preliminar. Disposiciones generales)
Un 23 de febrero de 1933, el diputado chiclanero Manuel Muñoz Martínez -elegido en 1931 por la circunscripción de Cádiz-, denunciaba en las Cortes el poder casi feudal que seguían detentando los grandes terratenientes gaditanos, así como la situación miserable a la que se veían abocados los campesinos de la provincia. En el resto del país apenas se tenían noticias más que de ciertas actuaciones “revolucionarias” de sus masas obreras, si bien no se conocía la situación en profundidad. Muñoz Martínez, nacido en Chiclana de la Frontera en un 15 de marzo de 1888, decía al respecto de aquellas masas: “es ante todo masa republicana, que llega incluso al sacrificio y que sufre en silencio hambre y miseria con tal de no crear conflictos y problemas que pongan al régimen en situación difícil”. Su señoría, miembro del Partido Radical-Socialista, arrancó el aplauso de la mayoría de la Cámara. Eran los tiempos de la Segunda República Española (1931-1939).
Lo cuenta Leandro Álvarez Rey en su diccionario biográfico, que recoge las trayectorias de los diputados por Andalucía durante la Segunda República. Muñoz Martínez atribuía al hambre, a la incultura y a la falta de asistencia por parte de la autoridad algunos de los sucesos y disturbios que se venían produciendo en el campo gaditano. Con el fin de los Borbones y el advenimiento de la Segunda República, tampoco se había resuelto el problema agrario en Chiclana. Era, de hecho, uno de los conflictos heredados de la etapa anterior; en palabras de José Luis Aragón Panés en su “Breve historia de Chiclana” (2011), el que precisaba una intervención más urgente.
A comienzos de siglo, los jornaleros se concentraban a las puertas del Ayuntamiento mientras pedían pan, siquiera para desayunar. Francisco Salado Olmedo -el padre Salado-, creó el Sindicato de Obreros Viticultores de Chiclana en 1914 para luchar contra las injusticias de las elites chiclaneras. Pero la crisis nacional de 1917 causó protestas campesinas, acalladas con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930); aquello significó el exilio forzoso para activistas como el campesino anarcosindicalista chiclanero Diego Rodríguez Barbosa (1885-1936), militante de la CNT (quien sería asesinado cruelmente más adelante, durante la Guerra Civil, en Arroyo del Sotillo).
Javier de la Cruz Cortijo
Alfonso XIII cayó con aquel régimen, para dar paso a nuestra segunda aventura republicana. Las elecciones municipales -celebradas en abril de 1931- auparon a la alcaldía de Chiclana a Javier de la Cruz Cortijo, nacido en Villanueva de la Serena (Badajoz) en 1900. Chiclanero de adopción, médico entregado y querido, destacó por su republicanismo y carácter solidario, así como por conducirse con tolerancia en una época de extremismos; comprometido con la causa obrera, no dudó sin embargo en proteger el convento de las Madres Agustinas Recoletas, acompañado por un grupo de concejales entre los que estaban Antonio García de los Reyes -de un partido rival, el Partido Radical- y Nicolás Ballesteros Aragón. Fue en ese mismo convento, conforme a la narración de Aragón Panés, donde le dieron cobijo cuando se produjo el Golpe de Estado del general Franco; gentes del campo le protegieron, asimismo, hasta su llegada a Cádiz, donde murió, escondido y enfermo, en 1944. Fue alcalde-presidente de Chiclana en dos períodos: desde el 15 de abril de 1931 hasta el 8 de julio de 1932, y desde el 20 de febrero de 1936 hasta el 20 de julio del mismo año.
En el primer volumen de “La destrucción de la Democracia: Vida y muerte de los alcaldes del Frente Popular en la provincia de Cádiz” (2011), Aragón Panés realiza una semblanza de Javier de la Cruz Cortijo -conocido por el pueblo chiclanero como “don Javier”-, al que describe como “referente de alcalde republicano, durante muchos años, para un gran número de persona de Chiclana, incluso hasta para sus antiguos adversarios […] Por su compromiso en el progreso y mejora de los habitantes de la ciudad, por su entrega sin igual en los asuntos sociales y políticos”. Personalizó, como nadie en Chiclana, el espíritu de la Segunda República Española. Lejos del clientelismo político y del corporativismo, su actividad profesional, dedicada en cuerpo y alma a quienes menos tenían, le granjeó fama de buen hombre. Y de buen político, que no es poco.
La República, en peligro
Las reformas republicanas, en un año tan complicado como 1932, fueron contestadas por sus numerosos enemigos; la República -escribe Tereixa Constenla en este reportaje publicado en El País– “estuvo marcada por un espíritu reformista que, en algunos mundos rígidos como el campo, pareció revolucionario”. Fue, además, “el primer régimen amigo de las mujeres: se aprobó el sufragio femenino en igualdad de condiciones que el masculino (a los 23 años), se le concedió igualdad jurídica y desapareció el delito de adulterio”. Los derechos civiles experimentaron un gran avance: se regularon leyes para el divorcio, el matrimonio civil y los derechos de los hijos ilegítimos. El fomento de la lectura, aunque caótico en su aplicación (más voluntarista que dependiente de la Administración), estaba entre las principales preocupaciones de algunos dirigentes republicanos.
Pero el sector primario era el que precisaba reformas más contundentes: casi la mitad de la población activa española en los años treinta trabajaba ahí. Y los grandes propietarios seguían siendo “amos y señores del trabajo”, explica Francisco Sánchez (profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III). La alcaldía chiclanera “alcanzó pequeños logros para los jornaleros a costa de grandes problemas con los vecinos más pudientes”, afirma Aragón Panés. En su última etapa como alcalde -en 1936-, después de haber pasado por la oposición, Javier de la Cruz Cortijo emprendió la búsqueda de fondos y soluciones para distribuir el trabajo en distintos tajos de la villa, ante el paro enorme que afectaba a obreros y braceros.
El desempleo era uno de los grandes problemas del país, e iba acompañado de hambre; mientras que las huelgas y los disturbios disparaban la inestabilidad. La prensa chiclanera florecía, con siete periódicos y semanarios tirando ejemplares diaria y semanalmente, informaba de lo que estaba pasando (La Semana y El Trovador fueron los más duraderos, aunque también estaban El noticiero chiclanero, El combate, El sembrador, El Sablazo, etcétera). Al terminar la Guerra Civil dejaron de publicarse.
Guerra entre hermanos
El 18 de julio de 1936, el general Francisco Franco dio el golpe de gracia a la democracia española. Se rodeó de militares que le apoyaron en el que sería, según Aragón Panés, “el último pronunciamiento del siglo XX”. El que definitivamente puso a nuestro país en el furgón de cola de Europa y Occidente. Sus consecuencias fueron devastadoras. Hablamos de una Guerra Civil que enfrentó a ciudadanos españoles de toda condición y que legó un trauma -a día de hoy- quizás aún no resuelto (el que muchos consideran como “cierre en falso” de la Transición, así como el oportunismo de los herederos de nuestros políticos de los últimos dos siglos, ha tenido mucho que ver en ello).
Antonio Muñoz Molina apunta en “Todo lo que era sólido” (2013) a una clave que podría servir para el futuro, si se produjera realmente “una rebaja general y limitada de las identidades, un tránsito de las firmezas rocosas a la ductilidad de los fluidos, de la pureza a la mezcla, del monolitismo al pluralismo. Una rebaja nada más, no una renuncia, ni mucho menos una apostasía: que todo el mundo acepte ser un poco menos de lo que ya es, quizás un veinte o un veinticinco por ciento”.
Chiclana, en 1936, estaba gobernada por una Corporación plural. Pero al comenzar la Guerra Civil, pronto estuvo en manos de los insurgentes: los que se apropiaron de aquel “espíritu nacional” enemistado con la democracia y las libertades. Se produjeron confinamientos en domicilios, ingresos en la cárcel, terribles fusilamientos, inquietantes torturas, desesperadas huidas hacia delante… Fueron tiempos lúgubres en los que las terribles “sacas” y selecciones terminaban con las vidas de personas de cada bando, y en todo el país. Aunque los frentes estuviesen localizados en otros lugares, la villa de Chiclana sufrió idéntico infortunio.
Quizá uno de los más tristes, la pérdida a los 44 años de su paisano por derecho, Javier de la Cruz Cortijo, el alcalde republicano. Nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad de Chiclana de la Frontera en 2010, fue la suya una obra de huella imborrable.
Me parece fascinante la historia y sobre todo la historia de mi pueblo Chiclana de la Frontera.
Me gustaría saber del árbol genealógico de mis padres ….. Sebastian Tocino Sánchez «El Bajio»
y de Antonia Diaz Manzorro «La niña Otero . Gracias por hacer esta pagina en internet .