standard-title La invasión francesa En el año 1810 un grave suceso vino a empañar la normalidad de Chiclana: la llegada de las tropas francesas, significó ruina, guerra y muerte

La invasión francesa

En el año 1810 un grave suceso vino a empañar la normalidad de Chiclana: la llegada de las tropas francesas, significó ruina, guerra y muerte

“El 18 de octubre hube yo de salir para Chiclana con mi familia, siendo el objeto de nuestro viaje mirar por la salud de mi madre […] Hicimos el viaje por agua, llevándonos mi padre en su bote y llegados se despidió. Ajeno yo de toda zozobra, iba paseándome por el lindo campo de Chiclana hacia el mediodía del 20 de octubre cuando un hombre del pueblo me preguntó si no iba al altillo de Santa Ana a ver salir la escuadra […] Corrí entonces, desalado, a la altura y vi el espectáculo bello para considerarlo en otras circunstancias” (Antonio Alcalá Galiano)

Escritor y político gaditano, Antonio Alcalá Galiano (1789-1865) narró en sus “Memorias” (1886) el que iba a ser el último encuentro con su padre, Dionisio Alcalá Galiano. Aquel marino navegaba hacia la batalla de Trafalgar, episodio histórico que tuvo lugar muy cerca de Chiclana, en octubre de 1805. El entonces adolescente Antonio se despedía para siempre de su padre, y lo hacía desde la colina de Santa Ana: la flota hispano-francesa había partido desde Cádiz para encararse con la inglesa. Pero es que también lo hacían las chiclaneras que, llorosas, temían por las vidas de sus maridos e hijos; no les faltaba razón para inquietarse, desde luego. El del cabo de de Trafalgar, en Los Caños de Meca, fue un combate de los más relevantes del siglo XIX, y enfrentó a los aliados de Francia y España -bajo el vicealmirante Pierre Villeneuve– contra la armada británica de Horatio Nelson. La derrota de los primeros trajo el luto y la tristeza a Chiclana, a la que sin duda le quedaba por vivir un período más oscuro aún: el de la invasión francesa, durante la Guerra de la Independencia que se libró en nuestro país desde 1808 a 1814.

Invasión que tuvo graves consecuencias para la villa chiclanera, ocupada durante 30 meses por las tropas de Napoleón (desde el 7 de febrero de 1810 hasta el 25 de agosto de 1812). Una época ominosa cuyo punto culminante fue otro episodio recogido en los libros de Historia: la conocida como Batalla de Chiclana, o Batalla de La Barrosa (The Battle of Barrosa, para los ingleses), acaecida un 5 de marzo de 1811. Sin embargo, antes de alcanzar este punto, habían sucedido más cosas. En 1807, las huestes napoleónicas campaban libremente por nuestro país; su idea era tomar Portugal (a la sazón, aliada de Inglaterra). Pero la amistad franco-hispana se rompió el 2 de mayo de 1808. Ocurrió después de que tuvieran lugar una serie de acontecimientos en la capital.

El 2 de mayo de 1808

La Guerra de la Independencia empezó con el levantamiento del pueblo de Madrid. El Tratado de Fontainebleau, firmado ese mismo año, había traído consigo una ocupación irritantemente creciente por parte de Francia. En mayo, los madrileños estallaron. Carlos IV había abdicado en favor de su hijo –Fernando VII-, que a su vez había dejado el poder en manos del hermano de Napoleón, José Bonaparte. La revuelta comenzó ante el Palacio Real, cuando una muchedumbre lo tomó por asalto; después se produjeron luchas callejeras extendidas por los barrios de Madrid, aunque pronto fueron neutralizadas por el general que estaba al mando de las fuerzas francesas, Joaquín Murat. Centenares de hombres y mujeres murieron en las escaramuzas y ejecuciones, que inspiraron a Goya una de sus obras más terribles (“Los fusilamientos del tres de mayo”, 1814).

Este capítulo de la historia madrileña, además de dar pie a la guerra contra los invasores vecinos, fue germen de la primera Constitución española, La Pepa de 1812. Por otro lado, también dio al traste con la alianza de franceses y españoles, y promovió el comienzo de una buena amistad con los ingleses. “Dos meses más tarde, Inglaterra, la secular potencia enemiga, le tendía la mano a España”, escribe José Luis Aragón Panés en su “Breve historia de Chiclana” (2011). Pero el mes mayo de 1808 fue de cara y cruz, en lo que a revueltas populares se refiere: tanto luchaban los madrileños contra la prepotencia francesa como se producían excesos… Prueba de ello, los sucesos que acabaron con la vida del general Solano -Francisco Solano Ortiz de Rozas-, Gobernador Militar en Cádiz.

Reacio tanto a acercarse a los ingleses como a bombardear la flota francesa, su decisión le costó la vida. El Magistral Cabrera (1763-1827) -uno de los personajes más apasionantes de la historia de Chiclana- se apiadó de su amigo el general, rescatando su cuerpo de la ira de la turba, y dándole humana sepultura. Amiga de ambos era también la insigne Frasquita Larrea (1775-1838): escritora, ilustrada, patriota, agitadora cultural de la época (famosas fueron sus tertulias y amistades intelectuales), madre de la también escritora Fernán Caballero, y proto-feminista (pese a su ideario, más bien conservador).

La ocupación napoleónica

A principios de 1810, la Península Ibérica estaba en pie de guerra. La invasión de Andalucía estaba preparándose, y resultó ser muy rápida. José I -rey de España y de las Indias “colocado” por su hermano, Napoleón Bonaparte- reunió un ejército de más de 60.000 hombres, comandados por el mariscal Soult. Uno de los focos de la contienda más relevantes fueron Cádiz y la Isla de León, defendida por los hombres del duque de Alburquerque: 11.000 soldados españoles y 5.000 británicos entre los que había voluntarios procedentes de Chiclana, según Aragón Panés. El mando francés -con el duque de Bellune, a la cabeza- se topó con un escollo en forma de caños y canales que hacían del cerco gaditano una misión casi imposible. En este sentido, Chiclana de la Frontera era estratégica por su cercanía, de ahí que el mariscal francés decidiera montar un campamento base en la villa (vestigios quedan de las baterías en la zona conocida como el Pinar de los Franceses).

Comenzaba así la ocupación napoleónica. Las consecuencias no se hicieron tardar. Aquella era una ocupación en toda regla, y afectó enormemente al día a día de nuestros paisanos. Se produjeron requisamientos de bienes inmuebles (favorecidos por la “fuga” de nobles burgueses como los Condes del Pinar a Cádiz), así como de trigo, vino, aceite, armas de fuego… Por otro lado, las instituciones de la villa se plegaron ante el invasor galo: Cabildo, clero y altas personalidades juraron obediencia y fidelidad al rey José Bonaparte -popularmente conocido como Pepe Botella-, que llegó a Chiclana un 19 de febrero.

Frasquita Larrea ha legado un magnífico testimonio de aquellos momentos. Lo hizo vía carta, en su propia residencia chiclanera, ocupada por dos generales franceses, Villatte y Senarmont: “[…] pronto hará un año que empezó el asedio, y el único resultado ha sido la muerte de muchos inocentes. Aquí hay muchas casas destruidas, hasta el punto de no reconocerse donde se alzaban. Barrios enteros están en ruinas”, lamentaba Larrea.

La Batalla de La Barrosa

Poco después de que Frasquita escribiera estas palabras epistolares tendría lugar la Batalla de La Barrosa. El 21 de febrero de 1811 partió de Cádiz un convoy naval anglo-portugués al que luego se unirían militares españoles; Tarifa sería el punto de reunión de las fuerzas, comandadas por el teniente general Thomas Graham y el general Manuel de Lapeña, respectivamente. El 5 de marzo llegaron a la Loma de la Cabeza del Puerco. La sangrienta batalla se saldó con la victoria de ingleses, españoles y portugueses. Cuenta Aragón Panés en su libro que entre los nuestros había un joven cadete que acabaría siendo general: nada menos que Baldomero Espartero, uno de los grandes protagonistas de la historia de España. Los franceses, al retirarse a Chiclana, protagonizaron días de excesos y saqueos (hasta que el general Villatte puso orden, a petición de la autoridad municipal). Una vez reorganizadas las tropas francesas en Chiclana, continuó el asedio napoleónico a Cádiz. Los chiclaneros, mientras tanto, seguían sufriendo con la ocupación: los ultrajes, requisaciones y abusos eran moneda común.

Al año de la Batalla de Chiclana, no obstante, se produjo un hecho sin precedentes: la proclamación de la Constitución de 1812 en Cádiz (La Pepa). José de Cea, chiclanero y diputado por Córdoba, participó en la redacción de la primera Carta Magna propiamente española, que enlazaba con las leyes tradicionales de la Monarquía, sí; pero incorporaba igualmente principios del liberalismo democrático como la soberanía nacional y la separación de poderes. El texto constitucional aprobado el 19 de marzo, que recogía derechos como la libertad personal o el derecho a la propiedad -no así la libertad religiosa-, sería derogado por Fernando VII a su regreso en 1814. Su influjo se dejó sentir, no obstante, tanto en 1868 como en el resto del ciclo liberal. En Europa, de hecho, fue un auténtico hito.

En agosto, el cerco a Cádiz terminó. Fue el 24 de agosto de 1812. “Al día siguiente se oyó el último ruido de las tropas francesas que también se marchaban de Chiclana”, relata Aragón Panés, que describe una villa “despoblada y hambrienta”. Dos años y medio de ocupación francesa habían dejado a la ciudad, simplemente, exhausta.

Septiembre llegó con aires liberales a Chiclana de la Frontera: “¡viva La Pepa!”, gritaban.

 

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