La Casa de Contratación o del Comercio de las Indias fue trasladada de Sevilla a Cádiz en 1717. La bahía gaditana comenzó entonces un período de esplendor comercial que tuvo un beneficioso eco en la Chiclana de la Frontera más burguesa: el desarrollo industrial y agrícola iba de la mano de la inversión de capital en la villa. Fue la época en la que empezaron a levantarse las casas señoriales que, amén de dar lustre a la discreta villa, la convirtieron en destino preferido para los prohombres gaditanos. La burguesía se enamoró del paisaje chiclanero, de sus majestuosas residencias urbanas y sus extensiones de viñas y olivares en el campo. El siglo XVIII fue, pues, el nacimiento de la ciudad de vacaciones, del rincón placentero para el descanso, de la ciudad-balneario; tendencia que el siglo XIX no hizo sino reforzar. La pluma del gran Domingo Bohórquez lo dejó escrito: “[…] importante era el número de gaditanos que pasaban el veraneo en Chiclana”, de ahí que un tercio de las casas burguesas de la villa fuesen propiedad de aquéllos.
Desde el siglo XVI, la escasez de pan era un problema. Mientras que la vid, el olivo, la huerta y la fruta centraban la agricultura, las cosechas de trigo suponían un problema. Las tierras no eran las más aptas, y los cambios climáticos -con inundaciones como la de 1728- no invitaban a su cultivo; tampoco las plagas, como ocurrió con la de langosta que tuvo lugar al año siguiente de la riada. La Edad Moderna estaba suponiendo un aumento demográfico importante, de modo que la falta de cereal (de un pan que era vital para la subsistencia de la aldea) sería un quebradero de cabeza para el Concejo.
Éste habría de comprar trigo sí o sí, tanto en pueblos cerealistas de la provincia como en Cádiz. De ahí el “pan de trigo de la mar”, hecho a partir del “trigo de la mar”; y llamado de esta manera porque venía en barco desde la capital gaditana, explica José Luis Aragón Panés en su “Breve historia de Chiclana” (2011). No era de extrañar que hubiese algún que otro amago de asalto al pósito, donde los munícipes guardaban el grano para prestarlo por módico precio a los vecinos en tiempos de menor abundancia. Cuando las cosas se ponían tensas, había que repartir…
España en el 1700
Donde no faltaron momentos de tensión fue en la España de comienzos de siglo. Carlos II (1661-1700) había muerto sin descendencia, tras dos desposorios. Fue el último Austria que reinó en nuestro país. La Corona recayó entonces en la dinastía borbónica: concretamente, en la testa de Felipe de Anjou (1683-1746), que reinaría como Felipe V. Sobrino nieto de Carlos II, fue monarca español durante 45 años y tres días -en dos etapas diferenciadas-, viéndose obligado a hacer frente a un conflicto internacional -la Guerra de Sucesión, que empezó con el siglo y terminó en 1713 con el Tratado de Utrecht– saldado con su reconocimiento como rey. Felipe V mandó construir el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, una maravilla inspirada claramente en el Palacio de Versalles. Reformó la administración pública estatal a través de los Decretos de Nueva Planta, e incentivó el funcionariado profesional y meritocrático. El padre de Carlos III era nieto del rey francés Luis XIV.
Bajo el reinado de Felipe V se fundó la Biblioteca Nacional (1712), así como la Academia de la Lengua, de Medicina e Historia. Se trataba de una imitación de las academias francesas, lo que tampoco resultaba raro si se tenía en cuenta el origen del rey. El país dieciochesco albergaba no pocas paradojas. Escribe el historiador e hispanista John Lynch en “La España del siglo XVIII” (2009) que fue un siglo en el que “los españoles aumentaron su población, su producción, y en algunos casos su riqueza”; al tiempo que perdían Gibraltar, colonizaron California; toleraban la Inquisición mientras dejaban hacer a Goya. Los Borbones, en cualquier caso, contribuyeron a crear un Estado-nación.
Chiclana en el XVIII
La religión guiaba el calendario festivo, los ritos y esparcimientos. Los padres agustinos -afincados en la villa desde 1577-, se instalaron en la iglesia de San Telmo en 1735. La vida espiritual cohesionaba una sociedad agrícola moderna como la chiclanera, donde la institución eclesial detentaba tanto poder como el Concejo a la hora de organizar el control de la población. La tauromaquia ocupaba un lugar importante en los festejos de la villa: de esta época es, precisamente, José Cándido Expósito (1734-1771), apodado “El famoso Cándido” (primer matador de prestigio en la escuela de Chiclana de la Frontera). Sin embargo, el período de esplendor estaba por llegar; sería, precisamente, en la segunda mitad de siglo; cuando burgueses y gentes de posibles empiezan a ser propietarios y potentados, desplazando incluso a la antigua nobleza. Y adquiriendo de alguna forma las maneras aristocráticas, como veremos a continuación.
“Una teoría de la arquitectura civil andaluza del siglo XVIII ha de tener en cuenta sus noticias sobre el crecimiento de Chiclana como villa formada por casas de descanso y recreo de los vecinos ricos de Cádiz, porque constituye un caso especial en la construcción y urbanismo español de su tiempo”, afirman María Virginia Sanz Sanz y Francisco José León Tello en “Estética y teoría de la arquitectura en los tratados españoles del siglo XVIII” (1994). En efecto, la segunda mitad de esta centuria fue la que vio brotar las casas y residencias más significativas de la ciudad: desde el palacete del conde de las Cinco Torres al del conde del Pinar, o el mismísimo Ayuntamiento (antigua residencia del comerciante genovés Alejandro Risso, fallecido en 1809).
“La masa campesina quedaría supeditada a ambos poderes, continuando su servicio en el campo”, escribe Aragón Panés. Por otro lado, la existencia de un considerable número de pequeños agricultores y propietarios de huertas y explotaciones familiares propició un contexto económico de cierta prosperidad. El auge de mercados como los de Cádiz y San Fernando benefició, sin lugar a dudas, a las capas más populares de la población chiclanera, que por descontado seguía padeciendo enormes dificultades: la educación y la asistencia médica continuaban siendo inaccesibles para la mayoría de la gente.
Visiones de viajeros
Ciertas innovaciones en el gobierno estatal -introducidas, como hemos dicho, por el nuevo monarca-, contribuyeron a la modernización del país en el siglo de la Ilustración. Viajeros como “el abate Ponz” (Antonio Ponz, 1725-1792) pasaron por la Isla de León, llegando hasta Chiclana. Periplo que narró en su famoso libro de viaje por España, publicado en 1772 (proyecto que había empezado como un encargo en el que tenía que inventariar los bienes artísticos en Andalucía que habían pertenecido a la Compañía de Jesús); este hombre ilustrado (secretario de la Real Academia de San Fernando), que atravesó el sur palmo a palmo, describió con precisión aldeas y pueblos. De hecho, el suyo está considerado uno de los trabajos fundamentales para conocer la España dieciochesca en profundidad. En su itinerario paró en la capital gaditana, y también en Chiclana, El Puerto de Santa María, Medina Sidonia y Tarifa. En la capital de nuestra provincia, Ponz constató el aprecio que muchos de sus habitantes tenían por la villa chiclanera, a la que calificó en más de una ocasión como “el quitapesares” de los vecinos más acomodados. Resulta de enorme interés contrastar las miradas en un siglo donde hubo una gran predisposición a cultivar este tipo de libros. En los albores de la España moderna, leer a Ponz y comparar su visión con la de los viajeros británicos -así como de otras nacionalidades- que estuvieron aquí, resulta muy interesante y revelador.
Especialmente punzante es el caso de Richard Ford, autor de un famoso manual para viajeros por España que incluía la región andaluza. El viajero inglés, si bien reconoció que el nuestro era el lugar de desembarco de los comerciantes gaditanos “cansados de su cárcel marítima” que venían “a gozar de la terra firma”, no se privó a la hora de recalcar que el alcantarillado de la ciudad no era precisamente ejemplar. Se refirió a Chiclana, no obstante, como una “Botany Bay” o ciudad-balneario que estaba en la agenda de los facultativos médicos para la cura de fracturas y males crónicos. De afilada pluma, Ford reconoció que la colina de Santa Ana era un mirador desde el que obtener una buena vista panorámica. Menos mal.
Según Aragón Panés, la recta final del siglo de la Ilustración fue “prolijo en notables viajeros”. Entre ellos Francisco Pérez Bayer (presbítero y escritor ilustrado) que en 1782 ofreció una imagen -sin duda- más amable que la de Ford, refiriéndose al nuestro como “pueblo hermoso y de bello caserío con muchas rejas y balcones”. O el barón de Bourgoing, diplomático francés que habló del “umbroso follaje” del que carecían en la vecina Cádiz; un poderoso reclamo para que los comerciantes de allá optasen por establecer aquí sus fincas de recreo.
Visiones que se enmarcan, además, en una evolución desde el espíritu utilitario y reformista -que aúna utilidad y estética- de Ponz, hasta la actitud del viajero romántico típicamente decimonónico. En este sentido, “la imagen romántica de Andalucía en cuanto a paisaje se refiere se va gestando a lo largo del siglo XVIII y sobre todo al final, debiendo también desecharse la generalización del retrato ilustrado hosco y seco, meramente enumerativo y recetario”, afirma Antonio López Ontiveros en “Del prerromanticismo al romanticismo: el paisaje de Andalucía en los viajeros de los siglos XVIII y XIX” (2002).
Ciudad de balneario
La reputación de Chiclana como ciudad de balnearios se debía a dos lugares: Fuente Amarga y el balneario de Brake (la que hoy en día es la Casa Brake). El primero -el de mayor antigüedad, además- era un manantial rico en sales y gases; el segundo se basó en un pozo de aguas termales alrededor del cual se levantó un edificio soberbio, ya en el siglo XIX, y gracias a una misteriosa gaditana de origen francés, Madame Lini. En el caso de Fuente Amarga, aunque su descubrimiento databa del año 1575, no sería hasta finales del siglo XVIII cuando comenzó a explotarse de manera efectiva. Destaca Aragón Panés el intento, en este período, de promover cierto tejido industrial en la ciudad. Se proyectó la instalación de una fábrica de cervezas, así como una fábrica de estampados en funcionamiento hasta la ocupación francesa.