Informacion sobre las bodegas de Chiclana y el enoturismo, sus vinos y sus uvas; tradicion y buen hacer en los vinos chiclaneros

La vendimia de Chiclana: recogiendo uva. Fotografía de María Benitez Caudal de vinos, la provincia de Cádiz es generosamente vinatera. Las bodegas de Chiclana de la Frontera son parte esencial de la Bahía, y han hecho historia con su aportación a la vitivinicultura gaditana (dentro de la Denominación de Origen Marco de Jerez). El paisaje de botas -como se conoce a las barricas de roble americano de 500 litros- le es muy familiar al chiclanero, criado entre jornaleros (y propietarios) de los viñedos, bodegueros, taberneros… Se conoce bastante bien ese sistema de crianza biológica y envejecimiento por medio de soleras, que también es propio de lugares como Moriles-Montilla o Huelva, como explica en su blog De vinos el crítico enológico y gastronómico de El País, Carlos Delgado. Lo que Delgado llama “genio gaditano” que enlaza el fino con la manzanilla, “fruto de tierras albarizas, de la misma uva palomino, de una misma y milagrosa crianza biológica, del mismo a insustituible sistema de soleras”, se da también en Chiclana. Aquí se siguen idénticos procesos, los mismos rigores, se bebe de una tradición similar…

Sin embargo, nuestro vino de Chiclana tiene sus particularidades. La artesanía vinícola -y la cosecha de mostos destinados a contribuir al esplendor de las bodegas jerezanas- se hizo un lugar desde finales del siglo XIX (con iniciativas, por ejemplo, como la de la Colonia Vitivinícola de Campano, fundada por el marqués de Bertemati en 1884). Bodegas y tascas florecían por toda la villa a principios del siglo XX. Sin embargo, muchas personas que hacen turismo en Chiclana apenas reparan en este pasado tan presente; si bien es cierto que el número de establecimientos bodegueros ha disminuido extraordinariamente, también es verdad que la cultura del vino permanece muy viva aquí.

Arquitectura bodeguera

Tanto es así que muchas de estas bodegas de Chiclana son vetustas y poseen soleras francamente antiguas. La mayor parte de ellas pueden visitarse, contribuyendo de esta manera al turismo enológico, al abrir las puertas de sus instalaciones. El lagar de prensado de uva es muy típico en estas edificaciones, como se puede apreciar en el de la Bodega Cooperativa Chiclanera. Hay salas de fermentación, bodegas de crianza, almacenes… Cuando empezaron a levantarse, la estructura de cada una dependía “del tamaño y especialización de cada cosechera”, según explica Julián Sobrino en su interesante estudio “Arquitectura de la industria en Andalucía” (1998).

Y añade: “los antecedentes históricos de la tipología bodeguera en el marco jerezano, que se pueden generalizar a otras zonas vinícolas andaluzas, los podemos situar en las construcciones domésticas de origen musulmán”. Una vez finalizada la reconquista de Al Andalus, aquéllas se adaptaron a las nuevas circunstancias, dedicándose a labores de producción de vinos, licores y vinagres. Pero la era moderna, algunos siglos después, trajo consigo cambios todavía más drásticos.

Así, “la transformación de productos agrarios” que, apunta el profesor Sobrino, separaron los edificios bodegueros del antecedente morisco. No solamente aumentaron su tamaño, sino que comenzaron a adquirir cierta singularidad estética (“el realce simbólico de las portadas y muros exteriores”, que nos resulta tan familiar). Las llamadas “bodegas conventuales”, en las que las órdenes religiosas producían su vino para abastecer las fundaciones establecidas al otro lado del Atlántico, fueron de esta época (finales del siglo XVIII, básicamente).

El siglo XIX consolidó el modelo de “bodega catedral”, que presentaba tres variantes: construcciones con arquería central y dos naves, sobre pilares centrales y dos naves, o de una sola nave. El entorno urbano las acogió -Chiclana se apuntó a esta moderna tendencia, que también se dio en Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María-. Las Bodegas Vélez y las de Primitivo Collantes, así como la de Miguel Guerra, localizadas en las calles San Antonio, Ancha y Mendaro, son representativas en este sentido.

Turismo enológico

Chiclana ha de reivindicar su lugar en el pujante turismo relacionado con la cultura del vino. Por historia, por tradición… Y por supuesto por sus bodegas en activo. Éstas miran hacia el turismo enológico como una posibilidad de supervivencia, diversificadora en una economía cambiante (y que complementa otros usos de los establecimientos bodegueros, orientados a la celebración de reuniones sociales y eventos de cualquier clase). Y es que una de las interesantes particularidades chiclaneras es que, además de las familias dedicadas al sector, estaban los pequeños propietarios que trabajaban sus viñedos, agrupados hoy en torno a la Unión de Viticultores Chiclaneros (o Cooperativa Chiclanera). Existe un interés creciente por la innovación, ya se trate de pequeños o grandes vitivinicultores.

Los vinos “sanadores” de la Bodega Sanatorio -o El Sanatorio, como solemos llamar a esta bodega-, llevan dándonos alegrías desde 1795. Mejor Bodega de Andalucía 2015, según la Federación Andaluza de Cofradías Vínicas y Gastronómicas (Fecoan), el establecimiento de los Aragón tiene entre sus caldos el Fino Granero o el dulce Moscatel Gloria, ambos harto famosos. Porque la ruta del vino de Chiclana está muy ligada a los moscateles, los favoritos de los habitantes de la villa.

Raro es que una visita a bodegas como El Carretero, casa fundada en 1857, no termine con un Moscatel Dorado o un Moscatel Viejo entre los labios. Acompañando las preceptivas tapas, raciones o aperitivos, basados en la gastronomía chiclanera (las típicas chacinas, embutidos de la tierra). Catas, visitas guiadas, degustaciones… La cultura de las Bodegas de Chiclana presenta una historiografía viva de esta centenaria actividad. No hay más que visitar alguna de sus bodegas: el Sanatorio -por descontado- pero también las Bodegas F.J. Ruiz, las de Miguel Guerra, Primitivo Collantes, San Sebastián, las Bodegas Vélez, la Cooperativa Chiclanera, o las de Barberá. Y tomar una copita.

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